La gesta de Endara ha sido la gesta de la civilidad intransigente ante el desgobierno y la podredumbre, de la conciencia ciudadana más esclarecida y empática, de los principios morales levantados a contracorriente. De los preceptos valientes, frente al dinero, la publicidad y el innuendo. Sabemos que teníamos y tenemos la razón, y eso nos llena de una satisfacción muy profunda, que va más allá de la circunstancia fortuita de estas elecciones. Y a pesar de ser una campaña que no comenzó hace cinco años, que no contaba con una organización nacional bien estructurada, que se desarrolló prácticamente sin dinero, y que tuvo innumerables contratiempos sorteando el inclemente y permanente fuego cruzado de perredistas y mireyistas, el honroso segundo puesto logrado (con casi medio millón de votos) y el quiebre fáctico del nefasto bipartidismo son suficientes ejemplos de lo que ha representado este lance, singular y desigual, para todos nosotros.
Algunas personas piensan que la alianza ganadora tuvo un margen de éxito relativamente alto, al tratar de dividir generacionalmente al electorado y al apelar a una campaña mediática muy bien organizada y financiada, que logró sus fines mediante la supresión del debate argumental sustantivo, sepultándolo bajo un bombardeo saturante de consignas genéricas y el peso de una enorme oferta de promesas, que otros no se atrevieron a hacer (por no ofrecer aquello que no se podía cumplir). Es pertinente y justo reconocer que el triunfo de Martín Torrijos se da luego de haber conseguido canalizar un segmento importante del voto de castigo en contra del corrupto régimen de turno (quizás, su mejor aliado, a final de cuentas). Haciendo abstracción de la moralidad de los métodos empleados por algunos de sus prosélitos, la campaña de Torrijos supo apelar a los sectores populares y a la clase media, y logró convencer a un porcentaje significativo (determinante en su victoria) del voto tradicionalmente no-PRD: un gran sector de independientes y, sobre todo, el grueso de los votantes muy jóvenes, sin afiliación partidaria ni experiencia electoral previa. Esto, para bien y para mal, es una lección para todos, de la que habrá que sacar importantes conclusiones y rectificaciones para el futuro.
Por encima de cualquier otra consideración, el hecho cierto es que ya tenemos un gobierno electo para los próximos cinco años. Ahora la ciudadanía toda aguarda, expectante, por los pasos que vaya a tomar el Presidente electo, durante los meses de la transición y durante sus primeros 100 días de mandato. Gústenos o no, su éxito o su fracaso nos afectará directamente a todos. A estas alturas, nadie en su sano juicio puede desear que las gestiones del nuevo gobierno (hayamos o no votado por él) se vayan al traste. El dramático trance de este país en crisis, no puede admitir otra cosa que el concurso consensuado de todos sus connacionales, sea como gobernantes o como gobernados, para ayudarnos a salir de las simas del abandono y del déficit fiscal, de la enfermedad y la miseria rampante, de la improductividad, de la corrupción generalizada, el crimen, la impunidad y la ignorancia. La administración recién electa tendrá que sostener, enfrentar y resolver las enormes expectativas que levantó, en el terreno concreto de los hechos. Y todos vamos a estar vigilantes de que así sea, para pedirles cuentas públicamente, como corresponde.
Respecto al ciudadano Guillermo Endara, él puede sentirse muy satisfecho de la lucha librada y del enorme apoyo electoral y cívico que ha sabido concitar. A diferencia de otros, este respaldo no es circunstancial ni irreflexivo ni está basado en ofrecimientos inefables ni en cosas por demostrar. Es sólido y sabrá crecer hacia el futuro, sin lugar a dudas. Porque, como dice un refrán gringo, derivado de un versículo bíblico: "We have fought the good fight, from the right side" (hemos peleado la lucha correcta, del lado correcto).