Hay dos cosas relevantes en un político: una, que le es fatal pensar –sin fundamento real– que le ha llegado “su hora”; y la otra, que por la natural insubsistencia del poder, después de mucho esfuerzo el político puede quedarse sin nada. Esto viene a colación porque el contundente triunfo de la Alianza por el Cambio ha dejado heridas profundas en dirigentes y activistas que se creyeron eternos. Obviamente, no entendieron a tiempo que el político agoniza cuando se aferra a modelos obsoletos o se deja llevar por ambiciones desmedidas. Para algunos de ellos, su “hora” ya pasó y la sociedad cambió antes que ellos; y para otros, tal vez jamás llegará esa “hora” porque representan demasiado riesgo para el futuro de la Nación.
Saber que no hay peor muerte política que la que sucede en vida es importante tanto para los que sirvieron al país en tiempos pasados, como para los que sirven ahora o servirán en el futuro. Visto así, considero que saber retirarse a tiempo es virtud y arte, y no implica certificado de defunción. La vida del político puede continuar como administrador, impulsor de ideas, crítico o equilibrio intelectual. Esto tiene que ser un acto consciente y elegante, y necesariamente deberá arroparse con un manto de sacrificio y algo de misterio. Si se retira con prestigio y reconocimiento público, magnífico; y si lo hace por frustraciones o descrédito, ¡gracias! Hay que mirarse en el espejo y prepararse para dar el paso con dignidad, teniendo presente que la mayoría de las heridas políticas son auto-infligidas. Los que no entienden esto simplemente no quieren hacer frente a la verdad.
A pocas semanas de la toma de posesión de Ricardo Martinelli, tenemos la obligación de apuntalar su gobierno de gente joven y respetar la voluntad de esa abrumadora mayoría de panameños que se manifestó a favor de un cambio real y efectivo en el país. Hay diferencias en las visiones, pero sin duda hay convergencia en esta misión de cambio.
En cuanto a los que señalan anticipadamente a los primerizos del gabinete por falta de experiencia anterior, impresiona saber que dichos censores jamás tuvieron un primer empleo: nacieron expertos. En verdad, todos debiéramos celebrar que los nuevos ministros son personas jóvenes de altísima calidad profesional, que entran al gobierno con gran preparación académica y administrativa, y una sincera vocación de servicio a la Nación. Ojalá miles más de personas como ellos engrosen los movimientos políticos del país para así garantizar el mejor desempeño de la administración pública y también hacer permanente la evolución pacífica de nuestro entorno político, social y económico.
No caigamos en lo que el presidente John F. Kennedy una vez advirtió: “Todas las madres quieren que sus hijos lleguen a Presidente, pero no quieren que en el proceso sean políticos”.