Robert Reich, exministro de Trabajo de la era Bill Clinton, pronunciadamente progresista o de izquierda, ha escrito un nuevo libro con el título de este ensayo. Explica cómo el incrementado poder e influencia en Estados Unidos (EU) ha creado una nueva oligarquía, una peligrosa reducción de la clase media y una inequidad de ingresos. La más grande de los últimos 80 años. Todos estos viciosos movimientos han producido –según Reich– la corrupción de la democracia estadounidense. Muestra entonces cómo, con pragmatismo y optimismo, se pueden fortalecer los poderes contracorriente de la ciudadanía y hace un llamado urgente a la acción cívica.
Las reglas del juego básicas del capitalismo no están escritas en piedra, sino que son escritas e implementadas por seres humanos. Las injusticias de las reglas son producto de la concentración de poder en las élites corporativas y financieras que ejercen su poder al diseñar las reglas con las que funciona la economía.
El resultado es lo que Reich titula una “predistribución de riqueza hacia arriba a la minoría elitista y dentro del ‘mercado”; como consecuencia, los ingresos ya no se correlacionan con el esfuerzo. Interesante. Ya no habla de redistribución de la riqueza para favorecer a los de abajo, sino una predistribución de la riqueza que favorece a los de arriba. Esto es así, porque el sistema de “libre mercado” está preñado de subsidios para los de arriba, pero contrario a los subsidios a los de abajo, que son harto visibles, los subsidios para los de arriba son invisibles y, por ende, más aceptables.
Así, los gobiernos no se entrometen en el mercado, el Gobierno crea el mercado y sus reglas no son neutras ni universales, ni –mucho menos– permanentes.
Distintas sociedades en distintas épocas han adoptado distintas versiones del mercado para atender desajustes e injusticias del mismo. Por ejemplo, el respeto a la propiedad privada cambia. Ya no se puede ser propietario de esclavos o del genoma humano, o de una bomba nuclear. Ya no es legal vender drogas, niños, votos ni comidas insalubres, etc. Sin las decisiones del Gobierno, no hay libre mercado. Si la democracia está funcionando como debe ser, el Ejecutivo, Legislativo y Judicial deben estar, más o menos, estableciendo las reglas de acuerdo con los valores de la mayoría de los ciudadanos.
El dinero y el poder tienden a entenderse entre sí. Por eso es tan importante procurar lograr su desconexión en el plano electoral y de los partidos políticos. Así como en el pasado el Gobierno rompió los monopolios industriales para proteger a las mayorías, hoy hay que pensar que Amazon.com es la primera parada para 33% de los ciudadanos de EU al comprar cualquier cosa, y que los 10 más importantes sitios webs son utilizados por el 75% de la población, el fundador de Amazon gasta 4 millones de dólares al año pagando lobby y hasta compró el venerable The Washington Post. Los cinco bancos más grandes de Wall Street tienen 45% de los activos bancarios de EU, y en la crisis de 2008 el Gobierno los salvó de la quiebra. Capitalismo para utilidades, y socialismo para sus pérdidas. Así, ¡cualquiera!
Todo esto nos lleva a volver a hacernos las preguntas básicas que hizo un magistrado en 1873. ¿Qué gobernará, la fortuna o el hombre? ¿Quién liderará, el dinero o el intelecto? ¿Quiénes ocuparán los puestos públicos, hombres libres, patrióticos y educados o empleados cuyos jefes son los del gran capital corporativo?
Hoy, en nuestro Panamá, estamos debatiendo sobre el financiamiento y la transparencia del dinero de los partidos, de las campañas, de las donaciones privadas y de la transparencia de estas. Toda la ciudadanía debe procurar sacar el dinero privado de la política, insistiendo además en la transparencia. Si no, se corrompe peligrosamente la democracia, como vimos en el quinquenio pasado. ¡Aprendamos de lo sufrido!