Durante nuestros estudios de ciencia militar en Valley Forge, nos expusieron la táctica de blitzkrieg utilizada por las tropas de Heinz Guderian en la invasión germana a Polonia, en septiembre de 1939, al inicio de la II Guerra Mundial. Constó de un ataque tan recio (tanques contra caballos) como el estreno del invisible bombardero Stealth durante la invasión a Panamá en 1989. Así fue nuestra reciente gira de 48 horas al Valle del Cauca, donde absorbimos abundantes sapiencias turísticas en un cuadro tan cercano, cuyas bondades nos corresponde a todos emular.
Resulta sublime relatar las vivencias en la capital del Valle, donde el escultor colombiano Hernando Tejada, en 1996, dona una estatua de bronce de tres metros y medio de altura y tres toneladas de peso, conocida como El Gato del Río, para su ubicación en un parque en las riberas del río Cali. Pues bien, en un cónclave de escultores posterior a la dádiva, los 15 artesanos presentes definen que el gato padece de soledad y acuerdan esculpir 15 gatas para que lo acompañen. Esta idea se convierte en uno de los más hermosos iconos de la majestuosa urbe.
Las expresiones de turismo cultural se hacen vigentes, con docenas de escuelas de salsa, en Los Cambujos y zonas aledañas, que atraen a individuos de ambos sexos desde lejanas latitudes en Norteamérica, Europa, el Oriente e, incluso, Latinoamérica. Cali se ha convertido en la capital mundial de la salsa, desperdiciando el istmo la posibilidad de explotar la demanda por el aprendizaje de ésta y otras danzas que dominamos.
El motivo de mi visita fue acompañar a mi tía Dorita Figueroa, de 91 años, quien había sufrido quebrantos de salud en Guadalajara de Buga, a 73 km de Cali. Ese compromiso sirvió como una inyección de alegría que colabora con su expedito recobro y me permitió compenetrarme con el turismo vallecaucano. Buga, fundada en 1555, es reconocida por su basílica (Pío XI, 1937) que alberga al Señor de los Milagros. El término basílica proviene del latín, que significa regia o real y se utiliza para describir a iglesias grandes o importantes a las que se les ha otorgado ritos especiales y privilegios en materia de cultos. Las manifestaciones de turismo religioso se hacen evidentes en este encantador poblado todo el año y con mayor certeza a mediados de cada mes, cuando se ofician las misas con mayor asistencia de feligreses. Las tiendas especializadas en artefactos religiosos abarrotan las cuadras alrededor del parque de la basílica, contribuyendo como motor para el desarrollo económico turístico.
Nuestra presencia en este fascinante municipio nos obliga a visitar la fábrica de Manjar Blanco Fino en Calle 5, cuya propietaria, Mercedes Marmolejo de Serna, cuenta con más de tres décadas de tradición en la fabricación del dulce de leche más delicioso de las Américas, presentado en las tradicionales cajillas de madera y totumas. Más importante que la sala de ventas, es el área de producción, donde registramos el curioso proceso de su fabricación.
Cumplimos también con visitas a paradores donde nos deleitamos con platos como el pan de bono, carnita de hormiga, hojaldre de yuca, brevas, queso de mandarina, fresco de aguacate, almojábanas con miel y jugo de chontaduro; al igual que el encanto de caminar por el mercado que ofrece suculentas frutas desconocidas en Panamá.
Finalizamos nuestra estancia con una visita a la finca de producción agrícola Pasoancho, ubicada entre Buga y Cali. Allí nos percatamos de los adelantos en la producción de maíz y caña de azúcar y saber de buena tinta todos los pormenores de sus procesos de producción, desde la selección de semillas, siembra, riego, desgrano, secado, almacenamiento y un sinnúmero de actividades. Este ejemplo de turismo agrícola bien lo podríamos duplicar en sitios como Natá de los Caballeros y Pesé, entre otros clásicos parajes campestres que tanto añoran visitar los habitantes de las crecientes megalópolis y que nos serviría para complementar nuestra oferta turística con ingresos y fuentes de trabajo adicionales.
Nuestra gira, escudriñando detalles de un horizonte tan diferente y al mismo tiempo tan cercano, nos permitió ilustrarnos de un turismo diferente y bien aspectado en la tierra de Nariño, que si no fuera por la lucha fratricida y el infame legado del narcotráfico sería uno de los sitios de mayor flujo turístico en el orbe.
