Hace pocas semanas tuve dos experiencias similares con conductores de sexos opuestos. El resultado de una experiencia fue tan contrastante con la otra, que al final de la segunda me sentí invitada a la reflexión. Explico… Las circunstancias fueron idénticas, en ambos casos, mientras circulaba en mi auto por una calle poco transitada, encontré un auto detenido en medio de la calle; en ambos casos detuve mi auto para solicitar al conductor del otro vehículo, a través de señas, que orillara su auto para no afectar el tránsito. La primera vez, la persona en el otro vehículo vociferó molesta y mantuvo su vehículo en la misma posición. En la segunda ocasión, la persona reaccionó de inmediato, se disculpó con un gesto de su mano y orilló su vehículo. Reacciones distintas, personas distintas, crianzas diferentes, sexos opuestos.
No se puede negar que la mayoría de los adultos de hoy fuimos criados en circunstancias diferentes de acuerdo con nuestro sexo. Habrá excepciones, pero en la mayoría de los casos a los niños se les aseguró que no debían llorar, a las niñas nos invitaron a jugar con muñecas e imaginar que bebían té con sus amigas; ellos armaron pistas para carros miniatura y aliviaron sus vejigas en público para “regar las matas”; nosotras cambiamos de vestido a nuestras barbies, nos intrigó la fisionomía de Ken desnudo, aprendimos a saltar sosteniendo una liga con los pies y aterrizar en el punto correcto, aprendimos a recoger jacks antes de que una bola de hule rebotara por segunda vez; ellos patearon un balón, lanzaron otro en forma de sandía para conquistar terreno contrincante, o batearon una pelota para anotar carreras; nosotras nos alistamos con medias que nos cubrían desde la punta de los pies hasta la cintura para practicar ballet, maniobramos una batuta para la banda o porreamos en las laderas de un campo enlodado mientras ellos conquistaban territorio opositor con la sandía bajo el brazo. Ya más grandes, nuestros padres los invitaron a ellos a inspeccionar su automóvil y cambiarle el aceite, mientras nuestras madres nos convidaron a preparar un pastel para una ocasión especial o la ensalada para la cena. Los abuelos más pícaros les hablaron a ellos sobre la autosatisfacción sexual y la búsqueda de conquistas amorosas, mientras las madres más conservadoras nos aseguraron que llegaron vírgenes al altar y no esperaban menos de nosotras.
Mi propósito al contrastar nuestras crianzas no es criticar a quienes estuvieron a cargo de ellas (de hecho, les agradezco su labor), sino resaltar los aspectos que nos hacen diferentes. Por supuesto, hay excepciones puntuales: habrá un adulto que recuerda haberse escondido en el cuarto de su hermana para desvestir y volver a vestir las muñecas ajenas, y de seguro hay entre nosotras quienes jugamos con las pistas de Hot Wheels de nuestros hermanos mientras ellos no estaban. Pero no podemos negar que desde que nacimos nuestras vidas tomaron cursos diferentes que si hubiéramos nacido del otro lado del pasillo. Y cada día es más evidente que en el mundo profesional la diversidad es favorable. Nuestras diferencias son el condimento perfecto para fortalecer a nuestros equipos de trabajo, porque tomamos mejores decisiones luego de ser evaluadas desde distintos puntos de vista. La empresa privada lo ha reconocido desde hace muchos años, para su gran beneficio. Sin embargo, la administración pública está lejos de lograr la paridad de género y las iniciativas para incorporar una participación paritaria en la política dentro del código electoral por parte de los miembros de la Comisión Nacional de Reformas Electorales (CNRE) han sido ignoradas por la Asamblea Nacional. Ultimadamente, lo que se aspira lograr con la paridad de género en contiendas electorales es que la oferta electoral se distribuya de manera equitativa entre mujeres y hombres aspirantes. Recordemos que no se pretende obligar al país a elegir por unos ni por otros, porque la última palabra en las elecciones siempre la tendrá el soberano. Pero con el tiempo, tras la introducción de paridad de género en nuestro código electoral, la participación de las mujeres en la política será mejor incentivada y rendirá en el sector público los frutos que se cosechan hoy día en la empresa privada.
Nadie posee la verdad absoluta y, como coreamos a menudo, quien más consulta, menos se equivoca. Si se practicara esto que se predica, nuestras leyes serían mejor diseñadas en un hemiciclo con mayor diversidad de opiniones. Cada vez que dejamos atrás los esfuerzos por impulsar la paridad en la gestión pública, el país pierde.
La autora es ciudadana

