Lectura

A veces, un libro



No hay mejor figura para representar el tránsito por malos tiempos en la vida que aquella del Salmo 23: “valle de sombra de muerte”. Y pienso también en la elocuente imagen que pintó Goya, “Perro semihundido”, que me lleva a la ortografía de otro salmo, el 121 y su primer verso: “Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro?” (otros dicen “de donde vendrá mi socorro”). El perro de Goya mira a las alturas, hundido en un valle de arena, esperando.

A veces, un libro es lo que puede sacarnos del valle ocre de sombras de muerte, de los hundimientos y semihundimientos que la vida nos depara en este peregrinar bajo el sol de la vida. El socorro viene del Señor ―sí, por qué no, pero muchas veces viene en forma de palabra escrita, de imagen urdida en los pliegues de un verso, en el envés de un cuento, de una novela. El aliento, muchas veces, viene de leernos en las historias de otros.

Razón de más para leer, para buscar cierta libertad de la esclavitud de lo urgente, de lo cotidiano y de lo impuesto. Leer es una forma de renuncia a la tristeza, un motivo de felicidad según Borges, y que no puede ser impuesto, pero que tiene que ser promovido hoy más que nunca.

Remonto mis valles ocres, miro en la dirección del perro de Goya y trepo. Las palabras de los amigos, escritas en sus libros, están arriba, en el esfuerzo de volver a leer para dejarme arrastrar hasta la salida, donde la vida espera con su misma lucha, pero ya soy otro: he visto que el socorro viene en forma de poema, tiene la consistencia de un cuento y la fuerza de una novela.

A veces, un libro, uno sólo, es suficiente para que volvamos a calentar la vida que se nos enfrió. Y la lectura, otra vez, se convierte en aquello que puede salvarnos de todo.

El autor es escritor


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