Hace unos días, varios amigos comentábamos lo fútil que resulta en nuestro país expresar opiniones, hacer observaciones y emitir críticas objetivas cuando se trata de temas de Gobierno. Pronunciarse en este campo tiene triple riesgo: que los funcionarios a quienes van dirigidas las opiniones ni las lean ni las escuchen; que estos se consideren demasiado ilustrados para recibir observaciones de fuera, o que recelen del crítico y lo declaren enemigo gratuitamente.
Las ideas, juicios o conceptos, sean institucionales o individuales, se deben tener como aliados de todo Gobierno para el logro de los objetivos nacionales, y no como enemistad política. Si creemos en esto y echamos a un lado los discursos destructivos, será fácil aceptar que los diferentes actores sociales, económicos y políticos comuniquen sus inquietudes abiertamente a quienes manejan la cosa pública. Entre estos actores están los llamados líderes de opinión, a quienes hay que dar la debida importancia por su manifiesta influencia en la formación de criterios tanto individuales como colectivos. Para los ciudadanos de hoy, los vehículos modernos para señalamientos políticos no son las plazas públicas sino los medios de comunicación masivos y electrónicos.
Lo que acaba afectando el devenir de una sociedad es de fundamental interés de todos sus componentes, y prueba de ello tenemos en el resonante triunfo de Ricardo Martinelli en las elecciones de mayo pasado. Ese fue un aplastante respaldo a la oferta de cambios reales en todos los ámbitos de la vida nacional.
Ahora, convertir el mandato en realizaciones dependerá de la conciencia que tengan los gobernantes de que no hay acciones efectivas de Gobierno sin el calor consciente de la ciudadanía; y que para lograr ese calor se requiere información abierta y transparente, y comunicación oficial articulada, fluida y oportuna. Esto es axioma político.
El actual gobierno está compuesto mayoritariamente por funcionarios con visión global de los problemas e intereses nacionales; pero hay que cuidarse de aquellos cortos de vista que desconocen la íntima ligazón existente entre los múltiples componentes de las estructuras sociales, económicas y políticas de la Nación. Entonces, no está de más escuchar a los que ofrecen ideas válidas para subsanar desenfoques administrativos o políticos, no sea que perdamos la efectividad de las reformas prometidas y las que están en vías de ejecución.
Sobre el tapete de lo institucional están ya la peligrosa militarización de la Policía Nacional, la depuración total del Órgano Judicial, y la erradicación de la impunidad y de los fueros y privilegios en el país.
Escuchemos las voces capaces que tienen mucho que aportar para que nuestra democracia se consolide y satisfaga las caras aspiraciones de la sociedad entera.