Una de las razones que me motiva a continuar escribiendo artículos de opinión es el hecho de que luego de mis publicaciones, a corto o mediano plazo, observo alguna evidencia que me dice que alguien ha tomado en cuenta mis opiniones. Desde luego, en la mayoría de los casos solo he puesto un granito de arena en un clamor popular.
El ejemplo más elocuente lo encontré al leer una noticia recientemente publicada en La Prensa, en donde se anuncia que el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (Mida) producirá biodiésel a partir de aceite de palma y aceite de cocina usado. La noticia sale dos meses después de la publicación de mi artículo “El aceite de cocina usado no es pienso”, en el que denuncio el uso de este aceite como alimento de ganado, cuando hay la alternativa de convertirlo en biodiésel. Felicito al Mida por esta iniciativa porque reduce nuestra dependencia del petróleo y, sobre todo, porque es en beneficio de nuestra salud.
Estimo oportuno dar algunos consejos sobre cómo reducir en casa la formación de las toxinas identificadas en aquel artículo (compuestos aromáticos policíclicos, dioxinas, PCB, etc.). De nada vale que nos preocupemos por no consumir carne animal con alto contenido de esas toxinas si en casa no tomamos las medidas necesarias para reducir su formación al cocinar. Podríamos comenzar con no reusar tanto el aceite, así como no cocinar demasiado nuestros alimentos. Sé lo riquísimo que es una tortilla bien frita, pero no debemos comerla todos los días. Sé lo sabroso que es un crujiente “concolón” o pan bien tostado, pero tampoco debemos comerlos todos los días. Recordemos que el problema está en llevar el alimento a ese color dorado que tanto nos gusta, peor aún si lo quemamos parcialmente. Es allí donde se producen las toxinas antes mencionadas.
Luego de aquel artículo también fui informado de que algunos empresarios utilizan aceite de cocina usado como combustible de caldera. Esta es una práctica prohibida en otros países, debido a que la formación de las toxinas antes indicadas es aún mayor en las zonas más frías (menos calientes) de una caldera, como lo son los intercambiadores de calor. En esos países solo se permite el uso del aceite vegetal usado como combustible en hornos de plantas de cemento y en incineradores en los que se alcancen temperaturas suficientemente altas como para evitar la formación de dioxinas, y aun en tales casos, los procesos de combustión deben contar con sistemas para controlar las emisiones del ácido clorhídrico (ácido muriático) que se produce a esas elevadas temperaturas. Recordemos que el aceite de cocina usado contiene mucha sal (cloruro de sodio), donde el cloro se convierte en dioxinas en las zonas más frías, y en ácido clorhídrico, en las zonas más calientes de una caldera.
Espero que las autoridades panameñas tomen las acciones correspondientes para prohibir esta mala práctica que está contaminando aquellas comunidades que se encuentran alrededor de empresas con ese tipo de calderas. Espero que no hagan caso al pretexto de que el bunker está muy caro y que el aceite de cocina es una alternativa para ofrecer productos más baratos a la población.
Esa es una excusa similar a la de los pesticidas, donde se utilizan razones económicas para justificar el uso de insumos baratos, aunque terminen intoxicándonos.