La semana pasada inicié una reflexión difícil pero necesaria, para esclarecer ideas nebulosas sobre el origen “proscrito” de las vacunas, opinión que un grupo de personas promueve sin fundamento teológico y que otros enjuician pretendiendo condenar a un “castigo eterno” a los esfuerzos, que por salvar vidas, han logrado las vacunas en tiempos recientes.
Antes de adentrarme en esta maraña ética e ideológica, urge hacer algunas aclaraciones.
Respeto a todos aquellos que con sinceridad creen que su ética religiosa no les permitiría recibir tratamientos, dietas o vacunas basados en ciertos productos de origen biológico. Cabe mencionar, la dieta libre de productos porcinos (Judaísmo Ortodoxo), las prohibiciones contra transfusiones de sangre (Testigos de Jehová) y el rechazo a las vacunas por creencias relacionadas a su origen o composición (Católicos Romanos).
Me refiero al uso de productos biológicos con fines médicos preventivos o terapéuticos, como los derivados de la sangre, órganos vitales (hígado, riñón, corazón, pulmón), retina, córnea o tejidos de la piel. En ningún momento el propósito de su utilización ha sido atentar intencionalmente contra seres humanos para fines investigativos. He ahí una gran falacia.
La disponibilidad de productos biológicos ha ofrecido a la humanidad una avenida altruista de salvar vidas. En Estados Unidos, se calcula que los trasplantes de órganos han salvado mas de 700,000 vidas, comenzando con trasplantes de riñón en 1953, y con el primer trasplante de corazón por el doctor Christian Barnard en Sudáfrica, en 1967. Además, los injertos de piel han sanado a multitud de quemados y los trasplantes de córnea ayudan a salvar de la ceguera a decenas de miles de personas.
Dentro del tema del origen y composición de las vacunas, existen algunas personas que se apoyan en razones “religiosas” para rechazar su uso. Una de sus preocupaciones centrales es el origen de las vacunas en líneas celulares provenientes de tejidos humanos. Esto ha sido tema controvertido y poco entendido entre los círculos de la fe cristiana.
Al hablar de las vacunas anti Covid, algunos oponentes aducen que son vacunas que contienen restos de líneas celulares provenientes de fetos abortados en la década de los 60.
Me permito aclarar este tema tan doloroso y controversial. Si bien es cierto que para estudiar los virus se necesitan tejidos provenientes de seres vivos, las llamadas “líneas celulares”, también es cierto que ese tejido original ya no existe en su estadío intacto originario.
Entendamos que ninguna de las vacunas autorizadas de la plataforma llamada “mensajero ARN” (mRNA, por sus siglas en inglés- ej. Pfizer) ha tenido contacto con líneas celulares. Y aquellas vacunas que requieren líneas celulares para su producción no han utilizado las células originarias porque ya no existen, sino sus “descendientes” creadas con un proceso de modificación que produce células nuevas.
Es cierto que para producir vacunas contra los virus es necesario proveerles un medio de cultivo. Esos medios provienen de una línea definida de células humanas o animales que han sido donadas a la ciencia a través de protocolos específicos y no arbitrarios, ni improvisados.
Estas células originales de ninguna manera podrían perdurar hasta el presente debido a una condición llamada senescencia. Es necesario someterlas a un cambio de su estructura morfológica, para convertirlas en células que se puedan cultivar constantmente.
Se crean descendientes de estas células que son modificadas a partir de las células originarias.
Estas células descendientes no llevan marca de la causa de muerte de sus donantes, al igual que los hijos, nietos y demás no llevan marca ni culpa de la causa de muerte de sus progenitores. El descender de un padre o madre violentado, de ninguna manera hace a nadie ser proscrito en la sociedad, ni a sus familiares cómplices de las circunstancias que afectaron a sus antepasados.
De ser así, se estaría borrando una contribución innegable al milagro de salvar infinidad de vidas por los trasplantes de órganos y por las transfusiones de sangre.
Desde el Vaticano, la Congregación de la Doctrina de la Fe, el 17 de diciembre pasado establece la aceptabilidad de las vacunas anti Covid y absuelve de complicidad moral a los vacunados.
Ya el mismo papa Francisco y el papa emérito Benedicto están vacunados. Si los líderes de las iglesias principales abogan por la aceptabilidad de las vacunas anti Covid, es hora de dejar los conflictos antivacunas cobijados en principios religiosos trastocados. Ninguna vacuna autorizada para su uso presente contiene tejidos de ningún ser humano.
Gracias a los linajes de células para cultivar virus, se ayuda a tratar el cáncer, diabetes, Parkinson, los cuales cobran millares de vidas diarias. Decir que no debemos vacunarnos contra la Covid-19, es como decir que nadie debe recibir trasplantes, ni transfusiones de sangre o plasma convaleciente, porque sus donantes podrían ser o descender de personas que han muerto traumáticamente. Sería negarle a esas víctimas anónimas su derecho a salvar vidas que están a la merced de enfermedades fatales. Sería dignificar indefinidamente las circunstancias causales de su muerte robándoles un recordatorio heroico de su existencia. Es hora de honrar el sacrificio de víctimas del pasado con nuevas oportunidades de vida y esperanza.
Quiero cerrar con las palabras del ser humano mas violentado y martirizado de todos los tiempos, fundador de la religión cristiana, quien profetizando su propia muerte, ejemplifica cómo separar la figura de sus verdugos, de su legado de vida. Es precisamente Jesús de Nazaret, quien dijo: “El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
La autora es médica, investigadora científica y teóloga


