El apresuramiento de la beatificación del papa Juan Pablo II tiene el propósito de aprovechar su enorme presencia en los medios y en la memoria, reciente todavía, de sus innumerables viajes. Sin embargo, el mundo ya no es el mismo. Cada década se reduce más. A principios de los años 50 se le ocurrió a Pío XII afirmar en una encíclica que la virgen María, la madre de Jesús, había ascendido al cielo en cuerpo y alma. Todavía hoy la Iglesia sostiene que los muertos resucitarán y los cuerpos se ensamblarán, otra vez, a un espíritu inteligente que denominan alma. Recomiendo no intente explicarse cómo ocurrirá la reunificación, a menos que disfrute soportando calambres mentales.
Si todo esto fuese mera cuestión apologética, expresada en términos simbólicos, no surgirían muchos problemas. Pero los hay porque la Iglesia no reconoce el lenguaje metafórico en la formulación de estos postulados absurdos. Afirma la realidad fáctica de que un pedazo de pan es otra cosa inmediatamente después de que un sacerdote le habla, lo que hace legítima la pregunta sobre la evidencia. Pero cuando se hace, allí termina todo. O más bien, comienza el silencio, o el estrépito del lenguaje irracional.
Todo esto viene al caso para recordar que, una alta proporción de practicantes católicos, depende de la aceptación de creencias insostenibles racionalmente. Problema que resuelven apelando a una especie de evidencia sobrehumana, una de cuyas formas preferidas consiste en elevar oportunamente santos al cielo y a los altares. Nada nuevo. Pero el mundo ha cambiado radicalmente desde que surgieron las comunicaciones por medio de las redes. Ahora, todos sabemos que Juan Pablo II fue, de hecho, protector y encubridor de pederastas, no porque no quisiera proteger a los niños ni favorecer a los abusadores, sino porque la curia romana eligió proteger a su organización, a la Iglesia, antes que a los niños.
Esta afirmación cuenta con evidencia sólida, documental y testimonial, expuesta al examen de todos. La evidencia aducida sobre la santidad de Juan Pablo II se encuentra en cambio, confinada al escrutinio y dictamen de una comisión eclesiástica. Nos dicen que ha sanado milagrosamente a una o dos personas. Nos dicen que a otros les rescató de la posesión del Maligno, empleando ritos medievales profundamente supersticiosos que decidieron practicar también en Panamá, la Iglesia acogió hace pocos años, a un exorcista español, ocasión que aprovechó la curia para revelar que el arzobispo panameño había practicado varios exorcismos, todos a mujeres humildes.
El apresuramiento de la Iglesia en beatificar a Juan Pablo II tiene que ver con la marcada disminución de creyentes, especialmente jóvenes de 18 a 25 años. Un estudio publicado hace unos días por La Vanguardia de España, señala que la transición gradual del estado de creyentes no practicantes a dudosos, agnósticos y ateos, ha crecido dramáticamente en los últimos 10 años. Creo que eso explica en parte, los motivos del papa Benedicto XVI para realizar un encuentro mundial de jóvenes en Madrid en los próximos meses.
Afortunadamente, los esfuerzos de Juan Pablo II no lograron contener el impulso laicista. No tenemos porque temer ahora la eficacia de los programas catequéticos del Papa actual, orientados aencausar dogmática e irracionalmente a los jóvenes. Cada día se hace más evidente a los adolescentes que la religión es más una cuestión que debe entenderse desde una perspectiva sociológica, histórica o cultural, importante, pero explicable en términos puramente naturales, no sobrenaturales. Es lo más trascendente. El pronóstico parece alentador, pero no por eso debemos bajar la guardia. Hay bastantes cabezas dislocadas entre nosotros.