TENEMOS QUE ACTUAR FRENTE A LO QUE VIENE.

Hacia la bioeconomía

Hace pocos días apareció una noticia que debe dejarnos a todos sumamente preocupados. Según dicha nota, en el año 2013 vencerá la dispensa provisional que, como una "consideración especial", ha hecho la Organización Mundial del Comercio (OMC) a países como Panamá, que mantienen zonas libres. Si entendí correctamente la noticia, para ese año y en cumplimiento de "nuestras obligaciones internacionales", nuestro país deberá eliminar toda consideración fiscal y legal para áreas económicas con regímenes especiales como el que se mantiene en la Zona Libre de Colón.

Noticias como esa son muy preocupantes, por cuanto pueden suponer un golpe de gracia (otro más, quizás uno definitivo esta vez) a la compleja y débil economía de Colón, una provincia sumida hoy en niveles de abandono y precariedad increíbles e inaceptables. Lo que suceda, si es que esto llega a concretarse, no es más que una consecuencia simple de la política antinacional, trágica y repetitiva a lo largo de las últimas décadas, de "bajarse los pantalones" y de ceder, ceder y ceder, tal como mandan las pautas del neoliberalismo para los países atrasados (el eterno extremo débil de la cuerda). Pero es lógico que sucedan cataclismos locales de esta clase, pues cuando un país se acostumbra a vivir de pedir prestado a las IFI, a condonar el robo y la corrupción de sus gobernantes y a limitarse a medrar en la inmediatez autocomplaciente, sin conciencia de ahorro nacional ni rumbo estratégico colectivo, pasan esto y cosas peores.

Vivir de espejismos (como la actual burbuja inmobiliaria o el auge temporal de la llegada de jubilados extranjeros) o hipotecado nuestro futuro al hacerlo dependiente de factores volátiles (como la economía subterránea, tan ligada al flujo de dinero raro o sucio) es absurdo, irresponsable y contraproducente. El precio (en términos de atraso y crisis sociales) que pagaremos por tanta estulticia será altísimo. Y su monto va aumentando exponencialmente, con cada día que dejamos pasar.

Por eso, es imperativo que, desde ya, encontremos maneras efectivas de actuar frente a lo que viene y una de esas maneras es atreverse a entronizar nuevas alternativas productivas, que generen riqueza (y aportes al fisco), empleos bien remunerados, que salvaguarden nuestro expoliado patrimonio y que sean sostenibles como actividad socioproductiva.

Una de esas áreas es la biotecnología, ese paraguas que engloba muchas cosas y que, como las otras tecnologías de punta, se ha hecho palabra trendy y parte sustancial de muchos discursos vacíos y de muchas buenas intensiones truncas. Un énfasis prioritario hacia las nuevas empresas de base tecnológica o EBT (creando empresas, formando y empleando mano de obra altamente capacitada, extendiendo sus aplicaciones a diversos ámbitos de la vida del país) podría significar, hoy día, cosas como mejores cultivos y bosques, menos plaguicidas y tóxicos en el entorno ambiental, un mejor aprovechamiento de nuestros suelos y aguas, medios para biorremediar y recuperar áreas contaminadas, nuevos productos agroindustriales y farmacéuticos, alimentos funcionales de alto valor agregado, nuevos materiales biodegradables, mejores servicios de prevención y atención en salud, producción local de biocombustibles menos contaminantes, una explotación racional de nuestros mares y costas, en fin… nuevas formas de generar trabajo y riqueza utilizando el conocimiento.

Para Panamá, un país con una biodiversidad enorme y altamente amenazada y con una agricultura y una industria socialmente sensibles pero productivamente ineficientes, considerar a la biotecnología como prioridad nacional no debería significar algo sorprendente ni tampoco algo sujeto al rechazo, por parecer inviable o incosteable. Países de la región, como Costa Rica y Cuba, comprendieron esto y desde la década de los años 80, dieron inicio a acciones sostenidas (formación de especialistas, ampliación de la base institucional, marcos regulatorios, estímulos e inversiones, etc.) que hoy muestran resultados significativos. Por ejemplo, en Cuba, la exportación de productos biofarmacéuticos representa el tercer rubro generador de recursos dentro de su PIB.

Pero lograr cosas así demanda seriedad, coherencia, visión y sentido estratégico. Demanda tomar acciones que hay que convenir entre todos, hoy, con visión de Estado (no de manera politizada y sectaria, lo cual lo hace transitoria y, a la larga, intrascendente).

Basándonos en la experiencia de otros lugares, podemos tener una idea bastante clara de por dónde hay que ir, sin repetir errores, futilidades o desgastes gratuitos. En Canadá, el tercer país más exitoso en este orden a nivel global, ha habido solamente dos planes nacionales estratégicos para la Biotecnología (en 1983 y en 1999), liderados por el Ministerio de Industria de ese país, junto a las universidades y empresas. En los mismos, el punto de partida han sido amplias consultas a los actores y partes interesadas, seguido del activo involucramiento de tomadores de decisión (políticos, gobernantes) y de grupos de la sociedad civil (incluyendo a los investigadores) en la definición de una agenda de acciones a mediano y largo plazo.

Según el consultor español Fernando Béjar Villa, entre estas acciones se incluyen, necesariamente, cosas como contar con una comunidad científica mínimamente robusta (la nuestra es débil, incipiente y hay que fortalecerla); una red neuronal que permita el trabajo multidisciplinario (no la tenemos, hay que crearla); existencia de una cultura emprendedora que traduzca ideas científicas en productos (tampoco existe); un clima gubernamental receptivo que provea medidas de estímulo legal y fiscal (existen elementos aislados que deben ser estructurados y apoyados); capital de riesgo dispuesto a invertir en ideas innovadoras (los pocos subsidios que se han dado han sido dilapidados y malversados en su gran mayoría); la existencia en Bolsa de Valores de un mercado en donde las EBT puedan buscar financiamiento (totalmente inexistente en nuestro caso) y, finalmente, la existencia de un mercado maduro atractivo para el inversor potencial (que debe ser creado, con medidas e incentivos consistentes).

¿Cuándo fue creado el último ente estatal de investigación o unidad de I+D empresarial en nuestro país? ¿Cuál ha sido el destino de las decenas de nuevos profesionales en las biociencias, que han estado retornando en los últimos años? ¿Cuál es el impacto real de las bioempresas en nuestra economía? ¿Cuál es la calidad y el nivel de los pocos laboratorios que tenemos, dentro del entorno científico global?

Podemos seguir haciéndonos preguntas de esta clase y seguir perdiendo el tiempo en explicaciones banales, en lugar de actuar. O podemos romper la costumbre y hacer algo ahora, para paliar y revertir futuras hecatombes sociales y depresiones económicas cíclicas de nuestro capitalismo anárquico. Lo que sí es cierto es que, mientras tanto, el tiempo va pasando irrecuperablemente y ciudades como Colón necesitan de una estrategia inteligente para sustituir las actividades económicas que perderán, con alternativas concretas y que le permitan sobrevivir decentemente en las nuevas circunstancias de esta globalización descarnada e inevitable. La bioeconomía es una de ellas.


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