CORRUPCIÓN.

Las cabezas de la Hidra

Uno de los mitos más famosos de la Grecia clásica era el de la Hidra de Lerna, un monstruo horrible con muchas cabezas en forma de serpiente. Esas cabezas crecían y se hacían más grandes, cada vez que se las cortaba. Cualquiera podía caer fulminado por su venenoso aliento, si se le aproximaba lo suficiente. En tiempos modernos, la corrupción es nuestra Hidra multicéfala, prácticamente inextinguible y omnipresente, cada vez más repugnante y espantosamente letal. Al igual que la Hidra mitológica, la corrupción tiene muchos apéndices cefálicos: algunos bastante visibles, descaradamente visibles. Otros, bastante subrepticios, subterráneos y ubicuos. Si nos dejamos llevar por la imagen de lo aparente, muchas veces tendemos a resumir ligeramente el fenómeno en unos cuantos sujetos cogidos in fraganti, sometidos a la exposición mediática y que, generalmente, escapan hasta a las formas más elementales de castigo y escarnio, gracias a la parodia tragicómica que son nuestros sistemas de justicia y nuestros tribunales, de por sí, partes preponderantes del fenómeno corrupto.

Pero no, la corrupción aparente es apenas la punta del iceberg y está dispersa por todo el organismo, metastasizada como un cáncer, empotrada en la médula de los huesos y creciendo bastante agresivamente en nuestro país. Yves Mény, experto de Unesco en el tema de la corrupción, plantea que "...La corrupción que se conoce y se divulga no es más que una ínfima parte de la realidad...". La corrupción subrepticia, ejercida por los mismos de siempre, tiene formas cada vez más innovadoras y discretas de aprovecharse del acceso al poder para usufructuarlo y de exprimir las ubres del país hasta sacarles sangre. Como escribí hace algún tiempo, estoy convencido de que cada gobierno sucesivo (y el séquito de rémoras que le acompaña) ve al país como una piñata, a la que hay que darle palo, cada vez más duro, hasta vaciarle el último confite.

Y hay muchas formas de hacerlo, sin necesariamente apropiarse de dineros del erario ni ser nombrado cónsul en ninguna parte. Gracias a la coacción, a la coima o a la información privilegiada, en este país se amasan, mes a mes, enormes fortunas mal habidas. Pregúntenle a cualquier dueño de cantina lo que tiene que soltar para mantener su licencia de expendio de licor (y en los bolsillos de quién termina lo que recauda ese "recolector informal", que pasa regularmente por el "aporte"). O examinemos cuánto cuesta realmente conseguir un permiso de inmigración o de trabajo para un extranjero, incluyendo los "muertos y heridos". O cómo la información confidencial beneficia a quienes acaparan tierras, compran lotes públicos o negocian con bienes reposeídos. O quiénes se benefician de los millonarios contratos de consultorías gubernamentales; de esas agencias brujas de seguridad y vigilancia, pertenecientes a jerarcas del partido reinante de turno; de los que se benefician con sempiternos contratos de alquiler para oficinas burocráticas, a cambio de mordidas; de los multimillonarios negociados de los seguros estatales o hasta de los que lucran con la recolección de la basura. O de lo que salpica en contratos de proveeduría para escuelas, cárceles y hospitales. O de los fenómenos paranormales que ocurren en las aduanas. O en tantas y tantas formas de extorsión o coimeadera disfrazada. Ningún gobierno "democrático" ha enfrentado estas cosas con seriedad, ya que pertenecen a un área gris de la cual nadie quiere hablar y con la cual muchos personeros de cualquier gobierno incumbente se benefician y con lo que se pagan muchos favores políticos.

Mucho menos se habla de la economía sucia, de los ríos subterráneos de dinero raro y maloliente, que forma parte importante de nuestro producto interno bruto. De aquello que sostiene operando a bancos fantasmas y a hoteles boyantes que, curiosamente, siempre están vacíos. O de aquello que impulsa la construcción de tantos portentosos edificios de oficinas ultramodernas, pero totalmente desahuciadas. Si los libros de contabilidad hablaran... Estas son cosas que sabemos, pero que nadie osa indagar a fondo, so pena de persecuciones, demandas o cosas peores. Hablar de corrupción en Panamá es tocar profundas piedras de escándalo, tocar nervios hipersensibles, provocar la reacción furiosa de esas monstruosas cabezas de la Hidra, que se imbrican en cada fibra del cuerpo social de este país, desde la cabeza hasta los pies. Esto es algo que duele y frustra, que nos desespera.

Por eso entiendo bien a quienes, como el poeta cubano Rubén Martínez Villena, asqueados de tanta farsa y porquería, llegan a conclusiones como la que resumió en su famosísimo verso: "...Hace falta una carga para matar bribones...". Porque la corrupción tarde o temprano termina en eso: engendrando una vorágine de violencia ciega e indiscriminada y rupturas sociales gravísimas, en las que todos perdemos. Albért Camus decía que: "cuando (en una sociedad) no se tienen principios, hacen falta reglas", muchas veces, reglas muy duras. A la corrupción hay que anteponerle reglas, sí, pero también hay que encararla con un látigo, firmemente sostenido por la mano de todos, que ni dude ni tiemble a la hora de repartir castigo, ya que aquí, en Panamá, realmente no hay más tiempo que perder y hay muchísima cabeza que cortar, hablando de las mil y una cabezas de la corrupción.


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