En primer lugar, aclaro que las ideas aquí presentadas son vivencias muy personales que sólo responden a una generación de una clase social muy particular, que podría no concordar con la del lector. Tengo 57 años y mi vida social la inicié al ingresar a la escuela pública, donde gané muchas amistades que ubicaría en lo que se denomina clase trabajadora. Recuerdo que al visitar a un amiguito era usual encontrar en casa a su madre como ama de casa de poca escolaridad, como lo ha sido mi madre; y al caer la tarde, se presentaba el padre con claros signos de cansancio, debido a un trabajo evidentemente físico; como también lo hizo mi padre.
Mis amigos y yo hemos crecido y con mucho esfuerzo nos hemos educado para ser profesionales, por lo que no necesariamente llegamos a casa tan agotados. En adición a ello, nos hemos casado con mujeres profesionales, y por tal no están en casa tanto tiempo como lo hicieron nuestras madres, y en un gran porcentaje (posiblemente la mayoría) no están ellas o el padre debido a un divorcio. Ello me hace meditar si los matrimonios de antes eran más estables, o si el problema está en la clase socioeconómica.
Observo a las nuevas generaciones muy cautelosas sobre el matrimonio, posiblemente por la mala experiencia que les hemos dado, al punto de que se han hecho muy comunes las “uniones”, supuestamente para “experimentar” antes del matrimonio. Como científico no puedo criticar el ensayo y error, pero prefiero las viejas costumbres, cuando bastaba el amor para entregarse a la aventura, cuando se depositaba parte de uno en otra persona sin ninguna garantía, cuando se pensaba que mientras más se arriesga, más se puede ganar. Nuestros jóvenes adultos esperan ganar mucho arriesgando poco.
En mi generación lo normal era que los hermanos se mantuviesen en casa hasta el matrimonio, cuando se iban a vivir a un apartamento alquilado y compraban un carro de segunda para ir al trabajo. Veo ahora en la generación que me sigue la tendencia a independizarse antes de casarse, a no casarse si no se tiene la casa y el primer carro tiene que ser “de paquete”.
“¿Cómo es posible que mi hija haya pospuesto la boda seis meses por un problema en la entrega de la casa?”, me decía un amigo extrañado. “Nosotros nos hubiéramos ido a vivir a un apartamento”, continúa diciendo. “Estas nuevas generaciones no son tan románticas como nosotros lo fuimos sobre el matrimonio”, finalizó. “Lo que pasa es que ellos tiene menos restricciones y por eso no están tan apurados”, le respondí con picardía.
También recuerdo que al visitar un amiguito lo que sobraban eran hermanos para armar un equipo para jugar. En eso también estamos cambiando. Mi generación no ha tenido tantos hijos y me pregunto cuántos nietos me darán mis hijos.
Me pregunto cuál será la visión de vida de las futuras generaciones. ¿Realizarán uniones, no con la intención de experimentar para un eventual matrimonio, sino para simplemente tener un compañero, como ocurre en otras latitudes? ¿Contratarán madres subrogadas para que les den el o los hijos que quieren, y no tener que casarse? ¿Irán a un banco de esperma selecto para tener hijos bonitos e inteligentes? Los “maridos de alquiler”, ¿lo serán en todos los sentidos?
Me siento muy orgulloso de pertenecer a un grupo de panameños que aprovechó el trabajo duro de sus padres para educarse y garantizarle a los viejitos una vida digna, así como para darle una educación privada y vida cómoda los hijos, pero pienso que en algo hemos fallado.