En la práctica de la medicina, el recurso más preciado es la información. Para llegar a un diagnóstico con certeza, la historia clínica es información necesaria. Para que el paciente participe en la toma responsable e informada de decisiones terapéuticas, la información objetiva y amplia es una exigencia. Para conocer el estado de salud del paciente y su pronóstico, la información entre mejor es, más nos aleja de pobres opciones.
Cómo se obtiene la información clínica, cómo se revela, cómo se protege y cómo se comparte es fundamental en la relación de confianza del paciente con el médico. Sin ella, la autonomía del paciente puede colisionar con otros 2 principios bioéticos: la beneficencia y la no maledicencia. Esta encrucijada es muy delicada y donde el médico se posicione, marca la confidencialidad en su relación con el paciente. Respetar la verdad en toda su complejidad está en el centro del ejercicio de la medicina. Este compromiso con la veracidad indica respeto y fidelidad hacia los otros. Respeto hacia los otros refleja la vigilancia del principio ético de la autonomía. Para que el individuo tome decisiones autónomas sobre su estado de salud debe estar amplia y honestamente informado. La fidelidad es un contrato de ambas partes, paciente y médico, de ser honestos en el cumplimiento de sus promesas de colaboración y servicio.
La certificación médica del estado de salud del paciente se ha constituido en un instrumento para varios intereses, rayanos, no pocos de ellos, en lo no ético y amparado por principios legales, no importa su corrección o moralidad. Es importante que recuerde que, el responsable de un certificado médico para el uso que se le quiere dar, es el médico que lo firma, no es el agente de la compañía de seguros, ni lo es el empleador, no es un abogado, ni es una agrupación, ni siquiera es el paciente. Cuando, por ejemplo, un médico evalúa a un individuo por encargo, no porque sea su médico personal, aunque pudiera serlo, lo hace en cumplimiento con quien lo solicita, no con su paciente. Esto crea conflicto de interés y una seria oportunidad de un acto no ético, como expedir un certificado por incapacidad para encubrir ausentismo.
Cuando se escribe un certificado médico en estas circunstancias, el médico crea una relación diferente con la parte interesada y no con su paciente, quien es el objeto de la nueva transacción, donde debe hacer un juicio profesional, como dice Peter D. Toon, “ya no como participante de una relación entre dos”. Es el caso cuando los pacientes solicitan un certificado para apoyar un propósito particular, ajeno a su estado de salud, por ejemplo, una incapacidad de trabajar, evitar que una compañía aérea le multe por no presentarse a tomar un vuelo previamente aprobado, presentar costos superiores de un procedimiento médico a la aseguradora para recibir un dinero extra o ausentarse a una cita judicial.
El médico tiene que decidir si apoya los deseos de su paciente o quien le solicita la incapacidad, o si opta por mentir, por no revelar la verdad sobre el estado de salud del paciente. Este tipo de certificación tiene connotaciones éticas y morales muy diferentes a aquella que, por ejemplo, solicita condiciones de vivienda especiales para un estudiante con alergias ambientales severas o certifica la asistencia en horas de su trabajo, de uno de los padres, a la clínica pediátrica con su hijo enfermo. Las primeras están agravadas por acciones no éticas fraudulentas y delictivas que van desde mentir, robar e incumplir con la ley; mientras las segundas, tienen una genuina preocupación responsable del médico por la salud de su paciente.
Los certificados de incapacidad descalifican a quienes los piden y a quienes los firman cuando: no existe evidencia de enfermedad, la incapacidad es por largo tiempo sin evaluaciones periódicas, ni siquiera se conoce al beneficiario o ni se lo ha examinado, se conspira con el paciente para tal certificación. Esto último debe resultar en acciones disciplinarias y hasta acciones legales para ambos o para todos, porque siempre hay un tercero aportando terribles consejos.
El autor es pediatra y neonatólogo