Debo reconocer, como punto inicial de mi análisis, que Hugo Chávez rompió las expectativas que tenía de él, desde los reiterados golpes de Estado contra Carlos Andrés Pérez y su posterior encarcelamiento, pues siempre consideré que no pasaría de ser simplemente el milico de turno que pretende asirse al poder por la fuerza de las armas a costa, incluso, de destruir un proceso democrático.
En mis años de estudiante universitario veía las imágenes televisivas de un Chávez enfundado en su uniforme militar de fatiga, con boina roja incluida, instando a sus tropas –ante el fracaso del primer golpe– a deponer las armas, al admitir que "por el momento no podían lograr el objetivo propuesto" (4 de febrero de 1992). Sin embargo, de forma organizada e insistente logró, posteriormente por la fuerza de los votos, (ante el descrédito, hastío y repulsa del pueblo venezolano, por los partidos políticos tradicionales) alcanzar la Presidencia de la República. Incluso se sometió a un referéndum en donde, debido a la desorganización de la oposición venezolana, legitimó su poder y su investidura.
El proceso chavista dista mucho de sus primeros objetivos, como movimiento de corte socialista, ahora es prácticamente una dictadura que pretende perpetuarse en el poder a través de un proceso constitucional, pero conculcando las garantías fundamentales de los venezolanos para alcanzar esa meta. Basta ver, a manera de ejemplo, la represión que se aplica a todo aquel que ose oponerse públicamente al statu quo. Así se cierran medios de comunicación, se atropella la propiedad privada, a la libre empresa y se veta el ejercicio de las profesiones liberales.
Este mefistofélico sujeto, embriagado de las mieles del poder, pretende erigirse en el adalid de los latinoamericanos, exportando "la revolución chavista" a todos nuestros países y amparado en los petrodólares que hoy llenan el tesoro nacional de Venezuela.
Por su fuera poco, este fenómeno se reproduce en Nicaragua, Bolivia y Ecuador, aupado por el propio Chávez quien no esconde el apoyo a sus incondicionales "clones políticos", interviniendo incluso en estos países de forma directa.
Hoy la sociedad venezolana está dividida y sometida al terror constante, al mejor estilo cubano, al punto de que muchos prefieren huir del país, antes que vivir bajo ese régimen absurdo y kafkiano. Los que se quedan experimentan el miedo por la falta de seguridad y están a la espera de que este Leviatán los devore.
Pero son los propios venezolanos lo que tienen la solución en sus manos. El referédum a celebrarse el próximo mes sería una buena oportunidad para que le propinaran una gaznatada a este megalómano militar y para que le hicieran saber que no están dispuestos a soportar a un dictador que pretende perpetuarse en el poder, a costa acabar con la paz, la tranquilidad, la seguridad y los derechos fundamentales de los ciudadanos.
No es posible que el control total del poder quedé en manos de una sola persona, como bien dijo Simón Bolívar: "Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos".
Solo espero que en Panamá no nos hagamos eco de los cantos de sirena de los círculos (o cuadrados) bolivarianos que pululan por aquí y que pretenden vendernos la hiel que degustan los venezolanos, disfrazada del azucarado sabor de una mal llamada "revolución chavista".