Una conspiración memorable



La figura alta, delgada y solemne de don Simón Quiroz y Quiroz la mantengo siempre ligada a la de un conspirador silencioso y metódico, guiado siempre por nobles propósitos. A mediados de los años 1980 –cuando el gobierno militar era más férreo, pero los legisladores podían pensar por sí mismos– la apertura interna resultante de los tratados permitió que un número significativo de curules de la Asamblea recayera en partidos de oposición, la mayoría destacados panameñistas entre los que se encontraba el dirigente de Acción Comunal.

En una ocasión me llamó y me citó a un maltrecho bar de las inmediaciones del Palacio Legislativo, con esa cautela que le atribuyo a los conciliábulos de su vida política juvenil, para conversar sobre un proyecto que tenía en mente. En esa ocasión nos acompañaba Hermógenes De la Rosa, otra octogenaria figura del foro nacional y de la vida política republicana. Luego que el legislador anfitrión degustara dos “lavagallos”, “uno para aclarar las ideas y otro para aclarar el galillo”, conversamos sobre la creación de una ley para declarar al Hospital Santo Tomás monumento histórico, para lo cual yo debería proporcionar la información histórica y don Hermógenes la forma legal. Era una medida desesperada para frenar los intentos de un director que proponía la construcción de una sala de urgencia en la plaza frontal del edificio principal.

Luego de un par de meses en los cuales sumé a la conspiración a Jaime Caballero y Aminta Núñez, cercanos colaboradores en la Dirección del Patrimonio Histórico, el documento quedó listo para los debates de comisión y la unánime aprobación del pleno.

Tiempos aquellos de hombres y mujeres empeñados en querer construir una nación y no un ilusorio emporio al servicio del comercio mundial. Momentos en que lo más importante era salvar un monumento icónico del neoclásico panameño que, con diseño del arquitecto norteamericano James D. Wright y bajo la supervisión de Leonardo Villanueva, es testimonio de la pureza conceptual del segundo periodo del clasicismo arquitectónico istmeño, que contrasta con los años del inicio republicano dominado por el eclecticismo de Genaro Ruggieri.

Años después, en 1994, con motivo de la entrega del Premio de Excelencia en las Artes, concedido por el Museo de Arte Contemporáneo a ese eximio panameño que fuera Rodrigo Miró, en conversación con Diógenes De la Rosa traje a colación la travesura conspirativa compartida con su hermano. Con esa costumbre de referirse a otra cosa para obligar al interlocutor a buscar la intención verdadera, Diógenes hizo referencia al Elefante Blanco y al accidente que arrebató la vida de Eusebio A. Morales.

El 5 de febrero de 1929, con motivo de su cumpleaños, el viejo dirigente liberal se animó a hacer un recorrido por la carretera de Amador en proceso de construcción, en un recodo el conductor perdió el control y como resultado del vuelco, el autor de nuestra Declaración de Independencia sufrió una grave herida causada por una varilla que le perforó el vientre. Moribundo, fue trasladado al Hospital Santo Tomás y no había cama disponible para ubicar al patricio y hubo que improvisarle un espacio. Según testimonio del joven discípulo, en la visita que le hizo el día 8 en la tarde, el gran maestro de juventudes, sin expresar el sufrimiento que lo agobiaba, le tomó la mano y sólo le dijo: “Cuida el país”. En horas de la noche falleció.

Acusado de numerosas conspiraciones reales o ficticias, con la agudeza discursiva del filósofo consumado, Diógenes De la Rosa estableció los conectivos entre el afán del viejo legislador por salvar la imagen del nosocomio y la preocupación del prócer independentista por cuidar el país.

La pequeña conspiración legislativa no era más que una muestra de la necesidad de numerosas conspiraciones para salvar ese país que se debatía en el tránsito de la colonia al de nación. No nos referimos a esas conspiraciones tenebrosas para el asalto al poder e imponer nuevos mandatos, hablamos de pequeñas motivaciones que son capaces de agrupar a sujetos que con preocupaciones colectivas generan corrientes capaces de impulsar cambios o sentar derroteros.

Nos referimos a las conspiraciones de brochas y colores tramadas por los pintores, los escritos incendiarios de poetas y prosistas, la confabulación vegetal de los ecologistas, los cónclaves secretos a la luz del día de la sociedad civil, los secretos mensajes de las danzas indígenas, las banderolas de señales de los estudiantiles y los mensaje en morse del martillar obrero.

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