El preciso instante de la felicidad es, como dice mi amigo Carlos Fong, el momento en que alguien sonríe por una de las historias que hemos escrito o contado. Y, como mi amigo, me considero un optimista bien informado, lo que me convierte en una suerte de pesimista de colores vivos.
Gracias a la Universidad de Copenhague, pude visitar por unos días aquella ciudad. Después de año y medio sin viajar, aterricé en una ciudad lluviosa pero cálida, que tiene interés por nuestra lengua, que quiere leer a nuestros escritores en su lengua y en la nuestra, que quiere asomarse a nuestras literaturas con entusiasmo. Por allá quedaron ejemplares del libro clave de este bicentenario. “Puente levadizo: Veinticuatro cuentistas de Panamá y España”, que les ha contagiado la curiosidad por nuestros cuentistas.
Pero más allá de los cuentos está la sonrisa de la gente, ese instante preciso de la felicidad y que fueron muchos: en el aula de sesiones, en los restaurantes de luz tenue y ventanas llovidas; en los bares a las dos de la mañana, donde discutíamos sobre literatura; camino del cementerio donde reposa Andersen, de noche, y por el que Diego y yo dejamos un sorbito de nuestro trago para celebrarle.
Inés, Éfrin, Carlos, Ángeles, Miguel, Pablo, Julio, Martín, Jaime, Lorenzo, Marta, Lucas, Laia, y otros que sonrieron con alguna historia que los llevaba a Panamá, a la vida de nuestra gente, y se me quedaban mirando, con la duda feliz asomada a la sonrisa, ojeando “Puente levadizo”, queriendo cruzar el puente, prometiendo buscar más historias de nuestro terruño.
Quiero volver a Copenhague con más panameños. Querría vernos por allá contando nuestras historias. Quiero que nos lean en su lengua (¿cómo traducirán pocotón o interiorano?), espero que nos vean y se asombren de la buena literatura que se practica aquí. Quiero volver, para decirle a Andersen, que sí, que el rey está desnudo, para que se ría, para que me haga feliz.
El autor es escritor