¿Quién no ha pasado por esto al tratar de actuar correctamente en este país? Desde la perspectiva íntima, puedo decir que, en varios momentos, he sido blanco de la animadversión y del resentimiento gratuito de personas que no han sabido respetar mi manera de pensar ni mi derecho a tener criterio propio. Por escribir artículos periodísticos con franqueza y con un mínimo de rigor, tengo enemigos a quienes ni siquiera conozco y a quienes nunca he tratado personalmente. Inclusive, algunas personas a las que les guardo agradecimiento profesional y estima personal sincera, me tienen roña. Hasta hoy, y por haberme atrevido a pensar y a actuar basado en mi propia conciencia, sé que algunas personas me guardan un profundo rencor. En el fondo, es una muestra más de su subvaloración arrogante del intelecto y de la dignidad ajena. Gente así no actúa por altruismo, sino que hacen favores calculados para comprar las conciencias de los demás, creyendo que aquellos a quienes han ayudado en un momento u otro, no les deben gratitud sino servidumbre intelectual y moral, a perpetuidad. Y quien no se allane a esto, se hace merecedor del encono, del acoso y de la retribución vengativa. Esto es demasiado común en nuestro medio.
Por otro lado, este esquema tiene su otra cara patética: aquí, en este Panamá del año 2004, usted puede ascender profesional o socialmente si aprende a acallar su conciencia y si aprende a aparentar y a lisonjear, porque también vivimos en un país en donde se premia la adulación, la figuración, el fingimiento y la superficialidad. Conozco a gente (incluso alguna gente muy visible, con la que he colaborado anteriormente) que ha ido ascendiendo y haciendo carrera en este medio, gracias a una curiosa pero muy habitual combinación: la venta de una imagen (absolutamente carente de sustancia) junto a una inusual capacidad de mimetismo. Así, más de un personaje inmoral y fatuo ha hecho carrera pública, moviéndose de puestazo en puestazo a través de complicadas redes locales de connivencia y complicidad (roscas o mafias), levantadas mediante el amiguismo y la incondicionalidad. Así malvive más de uno por ahí, medrando sin talento ni mérito real alguno, pero sabiendo cómo hacerse útil en el circuito público y político.
Gente así es la única que puede "triunfar" o mantenerse permanentemente a flote (sea el gobierno que sea) en el seno de sociedades atrasadas o de mentira, porque los verdaderos principios y la coherencia intelectual son cosas demasiado duras e incómodas para ser manejadas por los operadores reales del poder. Para los poderes constituidos (para la sórdida partidocracia local), es más fácil vivir en medio de una colectividad de falsedades e imágenes aparentes, rodeados de siervos dóciles y fatuos. Total, según la lógica con la que operan en este circo de vanidades, todo el mundo tendría un precio y, con la presión o el "estímulo adecuado", cualquiera se vendería barato o se quebraría bastante rápido.
Lamentablemente, como toda teoría, tiene un fallo garrafal, que le hará colapsar tarde o temprano (más temprano que tarde, como decía Neruda): no todos en Panamá nos vendemos; no todos somos gente sin criterio, sin principios o sin carácter; no todos somos pseudo-intelectuales farsantes ni fantoches oportunistas; no todos nos dejamos amedrentar por el poder de la mediocridad reinante; no a todos nos interesa vivir a costillas de la figuración y de la fatuidad. Y, aunque suene bastante soberbio, lo cierto es que cada vez somos más los ciudadanos conscientes, que sabemos que estamos aquí para aguarles la fiesta a los mediocres y a los farsantes. Para enderezar, algún día, tanta cosa torcida en nuestro Panamá.