Me convertí al pentecostalismo, una rama del cristianismo evangélico, a mis once años. La iglesia me ofreció un refugio en medio de una grave crisis familiar. Cuatro años más tarde, sin embargo, las ecuaciones que me habían llevado a la fe ya no computaban. ¿Podía Dios ser simultáneamente omnipotente, omnipresente, omnisciente y bueno? Si gozaba de las tres primeras cualidades, como yo creía, ¿como podía permitir que en aquel entonces Jemeres Rojos de mi propia edad descuartizaran a sus propias familias bajo órdenes de Pol Pot en Cambodia, o que cristianos maronitas masacraran a cientos de palestinås, desde niñås hasta ancianås, en Sabra y Chatila, campos de refugiados en Beirut, Líbano? En términos más inmediatos, si el fundamento de la fe cristiana era el amor de Jesús por la humanidad y su mandato de amor “por el prójimo”, ¿por qué sobre y fuera del púlpito se predicaba principalmente en base al terror? El terror de ser el responsable absoluto de convertir a ese extraño sentado a tu lado en el bus, cuya alma se retorcería en el Infierno de no lograrlo; el terror de ser dejado atrás en el rapto y la segunda venida de Cristo; el terror de habitar la tierra bajo el dominio del Anticristo, la Bestia y la Gran Ramera… El aterrorizante Apocalipsis opacaba los evangelios de amor, así como las proto-fascistas normas de Levítico, Números y Deuteronomio contradecían la única ley que según las mismas escrituras provenía del puño y letra divinos, los diez mandamientos entregados a Moisés en el Monte Sinaí.
El grito de batalla no era “¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!” ni mucho menos otro principio básico de Jesús que tantos pastores se llevan por los cuernos, “¡Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos!” A veces, demasiadas pocas veces, se usaba el hermoso llamado “¡Dios es Amor!” En su lugar, el más popular banzai de la fe era, y sigue siendo, “¡Cristo viene pronto!” Más que una celebración de su retorno, este grito era aprovechado por ciertos pastores como una mezcla de vendetta a las burlas de los mundanos, que recibirían su justo castigo por llamarnos yompi yompis y panderetas, y de amenaza pobremente solapada a sus congregaciones-rebaño para mantenerlas ciegamente fieles y diligentemente generosas en sus diezmo, no fuera que pagásemos nuestras dudas con nuestras mismísimas almas eternas.
Décadas después, sigue dejándome perplejo que si bien no todas las personas que se denominan cristianas —tengo tres hermanas creyentes de quienes estoy absolutamente orgulloso— muchas de estas personas actúen en directa transgresión de las enseñanzas de un buen hombre al que admiro profundamente, Jesús de Nazaret, como también admiro hoy a Buda y a Mahoma. ¿Cómo es que, en un país tras otro, electores católicos y evangélicos han permitido, por no decir logrado, que descarados Anticristos, Bestias y Grandes Rameras como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Jeanine Áñez lleguen al poder a promover políticas de odio claramente opuestas a los evangelios y a las experiencias y enseñanzas de Jesús? Desde rechazar a migrantes, siendo Jesús uno tan pronto nació, cuando sus padres tuvieron que escapar para salvarlo de la ira de Herodes; hasta enquistar la fe en la política y la gobernanza, negando así el rechazo de Jesús a fariseos y saduceos, élites de la teocracia judaica, y renegando su dictamen, “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Pero lo que más perplejo me deja en estos momentos es que cristianos, católicos y evangélicos, actúen en contra de la Creación, el nombre creyente para el medio ambiente. La Creación, que nos fue entregada bajo el mandato de administrarla correctamente, mandato que en ningún momento ha sido revocado por promesas de una Nueva Jerusalén. “Reproducíos y poblad la tierra”, se nos dijo también en esas primeras palabras del Génesis; en ningún momento el Innombrable habló de “sobre-poblad la tierra” ni de “híper-poblad la tierra”, otra de las grandes amenazas de la humanidad hacia la Creación, nuestra incapacidad de controlar nuestro número. ¿Y de dónde surge tan profunda —y dicho sea de paso, tan selectiva, porque a la hora de ir a la clínica se va a la clínica— de dónde surge tan profunda, repito, animosidad cristiana hacia la ciencia y la investigación? “Nombra cada bestia de la tierra y cada criatura del mar”: ¿acaso no es esto lo que la ciencia busca cuando estudia exhaustivamente cada especie de flora y fauna para darle nombre? ¿Por qué no escuchamos a la ciencia cuando nos dice, alto y claro, que sólo nos quedan ocho años para evitar una hecatombe climática que destruirá la Creación como la conocemos? ¿No nos advierte entonces la ciencia que ya estamos en el Apocalipsis, y que la restauración de la Creación es nuestra batalla?
¿No debieran ser cristianas y cristianos las primeras personas en defender a rabiar la Creación, así como Jesús defendió el Templo de la comercialización lasciva de sus mercaderes? ¿Por qué eligen, como mencioné arriba, a anticristianos y bestiales Trumps y Bolsonaros que buscan destruir la Creación a como dé lugar, enfermos de una avaricia económica que Jesús fue el primero en condenar? “Si quieres seguirme”, le dijo al rico Nicodemo, “vende todas tus propiedades y pertenencias, entrega el dinero a los pobres y sígueme.” Son palabras claras y transparentes de una persona que nunca pidió diezmo; por el contrario, Jesús compartió sabiduría, panes, peces y sanación sin demandar nada a cambio, y abrazó y protegió a pobres pescadores, a trabajadoras sexuales amenazadas de muerte e incluso a traidores del Estado como lo eran los recaudadores de impuestos. “Por sus frutos los conoceréis” sigue siendo una de sus máximas tan válidas hoy como hace dos milenios.
Cristo viene pronto, es posible, aunque personalmente creo que nunca dejó los corazones de quienes realmente creen en él. Pero el cambio climático ya llegó y está devorando Australia ante nuestros propios ojos. Ahora viene nuestra temporada seca, nuestra temporada de una bestial extracción de maderas y de infernales fuegos forestales que amenazan ambos los mismos bosques que debemos mantener en pie y reproducir y restaurar, absorbiendo cada gramo posible de dióxido de carbono que afiebra la atmósfera. Cristianas y cristianos en Panamá, América Latina y el mundo deben tomar una decisión clara este 2020: o defender y restaurar la Creación que les fue encomendada, y defenderla a capa y espada, o facilitar tu total destrucción por, quién más, las fuerzas opuestas al Creador, que repudian sus mandamientos y su amor. Ya hay creyentes como el Pastor Gábor Iványi opuestos a Grandes Rameras como Viktor Orbán en Hungría. Les necesitamos aquí también, ya.
El autor es cineasta

