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Cuando las ideas no bastan

Muchas veces estamos frente a la hoja en blanco con un pánico casi escénico, como cuando un artista ha olvidado las líneas de su libreto. No sabemos qué escribir ni de qué hablar (me sucede en este momento). Entonces, la hoja en blanco se convierte en una escena de batalla, en una zona de conflicto donde distintas tensiones se cruzan. Esta crisis se agrava dependiendo de lo que uno pretende escribir, del proyecto que uno tiene como empresa.

Si se trata de un texto de ficción, pensemos en un cuento o una novela (no hay que subestimar a ningún género); toca tener una idea, al menos una imagen, un sueño, una experiencia o una anécdota que se convertirá en un cuento o una historia novelada. Sin embargo, no es tan fácil como suena si no se tienen dos habilidades a favor: poder de fabular y poder de síntesis. El poder de fabulación es importante, porque la imaginación no es cualquier cosa, y la destreza para sintetizar una idea, porque las ideas, muchas veces, vienen contaminadas de otras ideas que son parásitos que adulteran la esencia de la realidad que deseamos transmitir. Entonces, hay que saber depurar, yo diría, saber desparasitar las ideas.

Siento, para evitar complicaciones innecesarias, que se debe escribir sobre alguna parte de la realidad con la cual uno tenga cierta relación, un apego, un deseo de decir algo de algo; esa especie de sensibilidad que nos provoca una experiencia, un sentirse condenado, como esos recuerdos o pesadillas recurrentes que lo persiguen hasta en la vigilia. Es decir, una obsesión. Pero cuidado, también son peligrosas las obsesiones. Como recurso literario, la obsesión es una estrategia discursiva excelente. Le ha funcionado a escritores como Melville, Hemingway o Sábato. Solo que en los personajes, las obsesiones son tragedias existenciales ficticias y, para un escritor de carne y hueso, es mejor destruir esa obsesión o acabará destruyendo su vida. La única forma es escribir sobre eso de una vez por todas cuando llegue el momento. Si la literatura es en verdad para lo que nació, tarde o temprano deberá confrontar esos fantasmas. Es su destino.

Seamos realistas, ya que estamos hablando de realidades. No todo es sombra en la creatividad. No hay que ser un escritor solitario y amargado, no hay que ser introvertido o un enfermo; las ideas no solo vienen de ese lado oscuro de la vida, también hay luces en la realidad y de eso también se escribe. Para mí solo hay dos formas de escribir. Una es escribir para sufrir (suele ser mi caso); sufro mucho al escribir, lloro con mis personajes, los insulto, me desafían. Y no solo me pasa con las ficciones; también un ensayo o un artículo me hace sufrir y gozo cuando esto pasa, porque significa que estoy a punto de escribir algo que vale la pena leer (no debemos hacer perder el tiempo a los lectores con tonterías).

La otra forma es escribir para ser feliz. De pronto esta teoría está ligada al sufrimiento, porque cuando terminamos de parir un proyecto se ha sufrido como un parto y enseguida viene un estado de felicidad y satisfacción cuando ves a ese hijo. Un hijo que vino al mundo para entregarse, porque es la voluntad del padre. Escribimos para los otros, para que otro se apropie de la obra y la haga suya. Escribimos igual que cuando leemos buscando esa forma de felicidad que Jorge Luis Borges distinguió perfectamente. Uno debe gozar cuando escribe, debe sentirse feliz y sufrido. Ambos cosas son inseparables.

Empecé hablando del terror de la página en blanco. Es algo verdaderamente angustiante. Sobre todo para las personas que están iniciando. Una idea puede estar en la cabeza, pero se niega a salir. Está allí esperando que algo le de la señal. A veces se esconde o se ve reprimida por la vagancia y la indisciplina. Es por eso que a veces uno se vale de ciertos recursos para que la idea se manifieste como el Espíritu Santo.

Uno de los recursos que suelo aconsejar a los iniciados en la literatura son las famosas hipótesis fantásticas que Gianni Rodari nos presentó en su Gramática de la fantasía. Se trata de esa forma de ver la realidad con otra posibilidad. Se trata de cuestionar e interrogar al mundo. Dudar de lo real para que de pronto: ¡Zas!, sucede la magia. Tengamos en cuenta que las hipótesis fantásticas también son ideas, solo que pueden ayudar a forzar la realidad a través de la imaginación.

Pongamos como ejemplo, y para terminar, una obra de José Saramago. La hipótesis fantástica sería: ¿qué pasaría si un día la gente, de repente, se contagia de un virus que los deja ciegos? Un mundo de ciegos. ¿Cómo sería si de pronto todos perdiéramos el sentido de la visión? Seguramente sería un mundo de caos. Es la posibilidad de explorar la condición humana. Es lo que pareciera que hizo Saramago en su novela Ensayo sobre la ceguera. Ahora, te pregunto: ¿vas a permitir que la página en blanco siga torturando o vas a cuestionarla?

El autor es escritor


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