El pasado 23 de julio, más de 400 políticos, artistas e intelectuales, sin explicar quién pagó el que debe ser el más costoso aviso de la prensa mundial, publicó un aviso desplegado, toda una página, con un gran titular, Let Cuba Live (que puede traducirse como “dejen vivir a Cuba”), en The New York Times. El contenido del aviso: una carta dirigida al presidente Joe Biden.
A nadie debe alarmar el aviso: las más de 400 firmas no son muchas, realmente. Al contrario: son los mismos socios de siempre.
Los abajo firmantes del filo castrismo envejecen junto a la dictadura cubana. Son los previsibles Chomsky (de quien, se dice, continuará firmando manifiestos negacionistas del Holocausto y de apoyo a Fidel Castro, incluso después de muerto); teóricos irremediables que especulan sin asomarse nunca al crudo escándalo de los hechos, como Judit Butler; enchufados que con una mano levantan banderas y con la otra cobran al régimen, como Danny Glover y Oliver Stone, o artistas que no logran quitarse de encima el disfraz de contestatarias, como Jane Fonda o Susan Sarandon; o políticos señalados por la justicia por sus expedientes de corrupción, como Lula Da Silva y Rafael Correa. Además, como siempre ha ocurrido, se añaden unos 300 segundones, cuyos nombres aparecen en la letra más menuda y apelotonada posible. Ni un nombre nuevo. Ni una incorporación descollante.
Quizás lo más llamativo de esta carta-comunicado es que, en realidad, no habla de Cuba. Aunque parezca insólito, no se habla en ella de la dictadura que tiene 62 años en el poder; ni tampoco de la represión que persigue al pueblo cubano hasta el último rincón de la existencia. Ni una mención a los presos políticos incomunicados, a las detenciones y desapariciones forzadas; no cuentan la realización de juicios sumarios sin la participación de abogados; tampoco hablan de la censura, ni del bloqueo de la señal de internet. No se detienen en el hecho de que hay más de 50 mil funcionarios, los privilegiados del régimen, bien remunerados que viven de espiar, amedrentar y vigilar cada calle y esquina del país.
A pesar de que entre los abajo firmantes del castrismo hay artistas e intelectuales y muchos profesores universitarios, no se menciona el que debe ser el fenómeno político y cultural más importante de las últimas dos décadas: la superación definitiva de aquella pobretona quincalla musical llamada la Nueva Trova Cubana, por obra de la canción y el video Patria y vida, especie de himno de la lucha por la libertad. En fin, nada dicen del aplastamiento absoluto de las libertades, que es el signo de la vida cotidiana en Cuba.
De lo que sí hablan, y no podía esperarse otra cosa, es de una seudo ficción, cuya materialidad es más propagandística que fáctica, más cacareo que dificultad real: por supuesto, me refiero al bloqueo, argumento en el que todavía se escuda el régimen, para justificar lo que no tiene modo de justificarse.
Sobre en qué consiste la realidad del bloqueo, conviene escuchar el reciente análisis que ha hecho el senador por el estado de Florida, Marco Rubio: en primer lugar, Cuba importa alimentos de Estados Unidos (del país que, en la propaganda del régimen, le bloquea), así como mercancías de Canadá, México, Europa, China y otros varios países. De forma simultánea, exporta parte de lo poco que produce: de ese enorme diferencial proviene su creciente deuda externa, deuda que, ahora mismo, es un quebradero de cabeza para varios países, especialmente europeos, que han caído en las trampas del lobby del castrismo.
Los 400 de siempre repiten, como un coro despojado de pensamiento, la cantaleta del bloqueo, pero no se preguntan por qué los recios funcionarios y policías del régimen se alimentan bien y por qué la inmensa mayoría del pueblo cubano vive -desde hace más de 60 años- en condiciones de hambre. No se preguntan por el estado de la producción agrícola, pecuaria o industrial a lo largo de seis décadas; por los índices de productividad más elementales; por los resultados de las empresas de los militares; por la persecución de cualquier forma de emprendimiento. Tampoco, descaro puro, se interrogan por la responsabilidad que el modelo de concentración total de la propiedad y las empresas por parte del Estado tiene en el hambre crónica que es común a más de 95% de los habitantes de la isla. Nada de eso: su papel, su patética tarea ni tiene que ver con la verdad, ni intenta sugerir alguna idea que vaya a reducir el hambre o la represión con que se castiga a las familias de Cuba. Su misión es otra: insistir en acusar al bloqueo de todo, con la única finalidad de que las cosas sigan como están. Porque eso es lo que dice el título del comunicado: dejen vivir a Cuba, es decir, dejen que el castrismo perpetúe su dominación, todo cuanto sea posible.
Y todavía hay algo más que quiero agregar, señalado por Jaime Bayly en su programa: cuando Nicolás Maduro, tomado por la ira, arremete en una intervención televisada y dice, dirigiéndose principalmente a los miembros de su gobierno, que el bloqueo no es excusa para no hacer las cosas bien (por ejemplo, para aumentar la producción de alimentos), está reconociendo lo que todos sabemos: que el bloqueo, tanto en Venezuela como en Cuba, no solo es una ficción insostenible, una excusa cada día más evidente e inservible, y que el fracaso de ambos países es responsabilidad fundamental y exclusiva de una y otra dictadura.
El autor es presidente editor del diario El Nacional de Venezuela