Estos días estamos presenciando un terrible descalabro institucional que se manfiesta en muchos escenarios. Desde la utilización de la planilla estatal como botín político, la falta de rendimiento de cuentas por quienes manejan los recursos públicos, la inoperancia de las instituciones de control, la ausencia de una justicia que haga valer los derechos ciudanos y ponga un alto a la impunidad, una Asamblea minada por el clientelismo y la demagogia o los muy preocupantes abusos de poder por parte de una fuerza pública que se ha pasado por salva sea la parte los principios de laicidad… y, ya sabemos -o deberíamos saber-, lo que sucede cuando la espada y la cruz trabajan juntas.
Son todos asuntos muy graves que están poniendo en jaque cada día el Estado de derecho y el sistema democrático. Pero no son los únicos. Hay otros que podrían dar risa, pero en realidad no tienen gracia alguna.
En esta segunda categoría se ubica la decadente ceremonia celebrada hace unos días en Penonomé, y que constituye otra forma de pisotear el Estado de Derecho.
Como si de un emperador se tratara, el gobernador de Coclé, Julio Palacios, decidió crear la “Condecoración Orden Presidente Juan Demóstenes Arosemena” para, acto seguido, otogarla a una larga lista de personas, la mayoría colegas funcionarios con menos de dos años en sus cargos, y copartidarios.
Lo curioso -e ilegal- es que el funcionario provincial se tomó la libertad de crear la citada Orden mediante Resolución 1 de 27 de noviembre de 2020, a pesar de que no tiene competencia para ello.
En un ejemplo de surrealismo jurídico a la criolla, la resolución del gobernador cita la Ley 2 de 1987, modificada por la Ley 19 de 1992, como sustento legal para la creación de la Orden, a pesar de que ninguna de las 36 competencias enumeradas en la ley que desarrolla las tareas de las gobernaciones, incluye la facultad de crear condecoraciones y concederlas.
Frente a esta evidente extralimitación de funciones, algún abogado de los que estos días abundan en las asesorías legales del Estado -particularmente los del Ministerio de Gobierno- debería haberle explicado al señor gobernador de Coclé, que no puede hacer aquello que la ley no le permite expresamente…. que eso está prohibido.
Sorprendentemente, sin embargo, la ministra de Gobierno, Janaina Tewaney, fue una de las funcionarias a quienes el gobernador de Coclé le otorgó la Orden Juan Demóstenes Arosemena, en el grado de Oficial. Es decir, la funcionaria que debió llamar al orden al gobernador fue parte del jolgorio.
Pero sigamos, porque hay más. Como al gobernador Palacios le encantan las fotos y el autobombo, como nos contó Rolando Rodríguez en su último Sábado Picante, es posible encontrar todo tipo de información en las redes sociales sobre sus andanzas. Por ello me entero de los detalles de las condecoraciones, que resultan ser de plata y bañadas en oro, acompañadas de toda la parafernalia y formalidades de las condecoraciones nacionales existentes.
Sin embargo, hay detalles que no se dicen. Por ejemplo, cuánto costaron las medallitas o cómo se seleccionó a la empresa que las hizo.
Lo que sí sabemos, es que el también doctor honoris causa por la Universidad Peruana de Integración Global -universidad con una poca edificante historia por lo que veo en las redes-, se nombró, sin sonrojo alguno, “Gran maestre de la órden” y determinó que solo él puede entregar la condecoración.
Finalmente, está el tristemente famoso monumento que hoy afea el parque de Penonomé.
Dejando de lado los aspectos estéticos, el gobernador Palacios debe explicar cómo eligió al escultor Ricardo Lezcano y al maestro de obra René Urrutia para hacerlo, cómo se seleccionó el diseño, cuánto costó y a quién consultó para ubicarlo en el principal espacio público de la ciudad.
Puedo estar equivocada, pero todo indica que la elección fue hecha por el “gran maestre”, saltándose a la torera los requerimientos legales y, por lo visto, con el mutis de Contraloría. En sus comparecencias en los medios se ha limitado a destacar “la enorme carga simbólica” que tiene la estructura con sus “dos columnas jónicas, una por cada centuria concluida”.
Columnas jónicas y otros horrores aparte, el desaguisado de la Gobernación de Coclé tuvo su momento cumbre al caer el manto azul que cubría la estructura el pasado 30 de abril, dejando ver la leyenda “Bicentenario de la República de Panamá”. Todo indica que el gobernador Palacio y los creadores del adefesio no entendieron que celebramos doscientos años de vida republicana, lo que no significa que la República de Panamá inició en 1821. Pero esa es, literalmente, otra historia.
La autora es periodista, abogada y activista de derechos humanos