Esta semana, la pandemia nos trajo hechos puntuales que vale la pena meterles un poco de energía mental.
El miércoles, circuló una nota firmada por el doctor Rolando Binns, director del Complejo Hospitalario Metropolitano de la Caja de Seguro Social, en la que le solicitaba a los jefes de servicio, que por orden del Ministerio de Salud, debían informar las necesidades de personal, para suplirlo con un contingente de “colegas de nacionalidad cubana, ofrecidos por la nación hermana a sus pares en la dura lucha para salvar vidas”.
Como era de esperarse, los gremios médicos no se hicieron esperar e inmediatamente protestaron contra la medida. Aunque yo siempre he sido de los que piensa que un país, si quiere progresar, no puede cerrarse a obtener conocimiento de cualquier lugar del mundo, en esta ocasión me parece válida la queja. Además de los gremios (que ya sabemos la credibilidad que tienen), los presidentes de las sociedades de especialidad (mucho más respetadas) también se manifestaron cuestionando la decisión.
Ante la situación de crisis que vivimos, si se requiere personal para suplir las necesidades de atención (que no solo se refiere a pacientes con Covid, sino a todos los enfermos del país), me parece completamente lógico que se siguiera un orden, antes de traer a nadie de fuera. Primero, habría que tener bien identificados cuántos médicos panameños hay disponibles sin nombramiento, y en disposición de cubrir la demanda de atención y nombrarlos de inmediato. En segunda instancia, sería mucho más lógico reclutar a médicos que ya viven en Panamá y que pueden ayudar a relevar al equipo médico fatigado por el exceso de trabajo. El dinero quedaría en el país y se ahorraría en hospedaje. Por último, si los requerimientos de profesionales capacitados no se supliera, entonces cabría traer profesionales del extranjero.
Obviamente, se hace imperativo definir claramente las competencias de esos médicos extranjeros, para asignarles funciones acordes a estas. Es tan absurdo un médico rural en una sala de Cuidados Intensivos, como un intensivista en labores de atención domiciliaria y seguimiento de trazabilidad. Una prioridad debe ser el uso más eficiente del recurso, para obtener los mejores resultados.
Pero otro elemento en la discusión es que la oferta es de “médicos cubanos”. Y allí se enredó la cosa. Lo primero que hay que hacer, es establecer bien las normas bajo las cuales podrían venir médicos a trabajar a Panamá, y que se aplicaran exactamente igual si vienen de Cuba, o de Suecia. Tener una forma objetiva de evaluación y verificación de capacidades, antes de dar las autorizaciones correspondientes. Ni más ni menos. No es correcto aceptar a unos “porque sí” y rechazar a otros “porque no”.
Obviamente, en el tema cubano hay quienes cuestionan el mecanismo en el que “el país que lucha contra la explotación laboral”, establezca una “tarifa” por cada médico, la cual se paga a su gobierno, y de la cual, al volver a la isla, le entregan una pequeña proporción a quien trabajó y se expuso a atender los pacientes. De ser ese el caso (lo cual no me consta), sin duda es una explotación inaceptable.
Pero, para echarle otro ingrediente a esa sopa, resulta que visitará Panamá un representante del gobierno de Estados Unidos, quien ya manifestó que no deben aceptarse médicos cubanos. Para comenzar, me parece que el gobierno de Trump no tiene ningún derecho a decirle a Panamá a quien contratar o a quien no. Eso es problema nuestro. Además, ellos no están en condición de decirle a nadie cómo se debe manejar la pandemia, cuando llevan 170 mil muertos, y contando. Honestamente, si nos basamos en los números, serían los cubanos quienes tendrían que explicarle a ellos qué hacer. Al margen de que, si no han sido capaces de mandar un embajador, no tienen que mandar en la salud pública del país.
También el jueves, el grupo de activistas Foco Panamá organizó una protesta bajo el lema #YaBasta, para protestar por la prolongada cuarentena y la falta de respuestas sociales ante la pandemia. En lo personal, y bajo un punto de vista médico, no es prudente salir a protestar en las condiciones actuales. Pero, lo que ocurrió es inaceptable. Los que protestaban estaban sentados en Calle 50, tocando pailas y ocupando tres paños de la calle, dejando uno para circulación. No hubo destrozos ni agresiones contra personas o propiedades. Sin embargo, apareció en el lugar un contingente de antimotines que terminó arrestando y golpeando a los organizadores de la protesta.
Obviamente, para quienes vivimos el final de la década de los ochenta, esto fue una fotografía de aquellos años. Cuando los mensajes del PRD (que supuestamente “ha cambiado”), eran “civilista visto, civilista muerto” o “plata pa’ los amigos, palo para los sediciosos y plomo para los enemigos”. Un despliegue ridículo de fuerza, “valentía” y sietemachismo, ante civiles desarmados, que no representan ningún peligro para nadie. No olvidemos que muchos de la generación anterior de esos bichos con cascos y escudos corrieron en calzoncillos, cuando escucharon el primer tiro durante la invasión. Menos mal que no nos invadió Colombia, porque hoy todos cantaríamos vallenato.
Sin duda, esta pandemia nos dejará muchos recuerdos para el futuro. Aunque esta semana, nos haya recordado nuestro peor pasado.
