El mundo microbiano ha sido mi fascinación desde la época de estudiante de medicina en la Universidad de Panamá. Grandes profesores de microbiología y micología indujeron ese entusiasmo personal. Con mucho esfuerzo personal y familiar pude viajar a Dallas a realizar los estudios postdoctorales en enfermedades infecciosas. Al regresar a Panamá en 1991, decidí formar la subespecialidad en el Hospital del Niño. Son ya 30 años de atención estatal e investigación clínica, acompañado de una miríada de 8 brillantes profesionales que se capacitaron a lo largo del tiempo.
El reto inicial del departamento fue la pandemia del VIH. Aún recuerdo la frustración al atender uno de los primeros niños infectados. El sida progresaba ante mis ojos y no había terapia alguna que ofrecer. Pudimos, afortunadamente, participar en varios proyectos internacionales de investigación, lo que nos permitió traer medicamentos antirretrovirales gratuitos, cada vez más potentes y seguros, para beneficio del creciente número de infantes contagiados. Numerosos pacientes se salvaron de hospitalizar o morir gracias a estos fármacos, mucho antes incluso que el país adquiriera la triple terapia para todos sus ciudadanos. Pese al intermitente desabastecimiento de medicamentos, a los niños de nuestra clínica pública jamás les faltó tratamiento. En estas tres décadas, más de 500 niños VIH+ han sido manejados y ahora muchos son ya trabajadores en distintas ramas del saber. Más del 80% de ellos porta el virus en su organismo, pero indetectable en la sangre, con una adecuada calidad de vida. Tristemente, el sueño de una vacuna es todavía elusivo, debido a las particularidades mutantes del virus y a las células inmunológicas comprometidas. Uno de mis momentos más emotivos fue cuando un adolescente infectado, mientras yo daba explicaciones docentes a su madre, dibujó una caricatura alusiva a mi afición futbolera. Fue tal mi felicidad por ese detalle que, en su honor, subí la foto a mi cuenta de Twitter y allí permanece intacta.
Posteriormente, nos tocó lidiar con la pandemia de gripe H1N1 en 2009. Numerosas internaciones y defunciones ocurrieron en niños. El hospital estuvo abarrotado por muchas semanas. La tasa de letalidad fue menor de la esperada, debido quizás a la menor contagiosidad y agresividad del virus (comparada con el nuevo coronavirus), a la disponibilidad de medicamentos antivirales y, especialmente, a la rápida vacunación masiva implementada en esa época. Cuando la comunidad científica pensaba que otro virus de influenza causaría la siguiente crisis, apareció el SARS-CoV-2, microbio que lleva ya más de 7.5 millones de enfermos en el mundo y más de 420 mil fallecidos. El primer caso identificado en Panamá apareció el 9 de marzo, dos días antes de la declaración de pandemia por parte de la OMS. La ministra Turner me pidió formar parte de un equipo asesor de 12 personas, entre epidemiólogos, infectólogos, salubristas, intensivistas, neumólogos y otros profesionales sanitarios. Acepté gustoso el enorme desafío, tal y como lo había hecho también desinteresadamente en anteriores administraciones.
Establecimos de inmediato contactos con expertos internacionales en modelaciones estadísticas. Una amiga epidemióloga del Imperial College de Londres nos ayudó a correr las proyecciones iniciales (marzo 23). Como estas estimaciones del Rt (Anderson RM, Lancet 2020) eran las más draconianas, decidimos utilizar también otras más optimistas (Tapiwa, Nishiura) para trazar un canal de tres predicciones. De no hacer nada, el pronóstico para un mes después (23 abril) nos indicaba un total de 24 mil a 122 mil casos confirmados, 1,000-5,000 camas de UCI requeridas y varios miles de muertos (según porcentaje de letalidad empleado). La cuarentena de más de dos meses salvó muchas vidas y protegió la capacidad hospitalaria. Los devastadores efectos sociales, sanitarios y económicos motivaron la flexibilización del riguroso confinamiento. Por un sinfín de razones (subóptima trazabilidad comunitaria, precaria situación social en corregimientos azotados, limitada disponibilidad de pruebas, laboratorios equipados y técnicos entrenados, agotamiento o enfermedad del recurso humano, irresponsabilidad de algunos en cumplimiento de aislamiento y recomendaciones de protección, abundancia legal e ilegal de salvoconductos y la peculiaridad biológica de un virus que marca los rumbos a seguir), hemos experimentado un repunte importante que amenaza el umbral asistencial tope. Numerosas naciones padecieron situaciones similares que los obligaron a apretar nuevamente después de la desescalada basal (estrategia del acordeón o del martillo-danza). Si el gobierno no endurece y la sociedad no ejerce plena corresponsabilidad, este mes de junio podría echar por tierra todo lo logrado hasta ahora.
Cuando murió mi gran amigo y maestro, doctor Luis Felipe Bernett, un incansable luchador por la salud infantil de nuestro país, le dije a sus familiares que su dolorosa muerte nos debía motivar a todos para superar la pandemia de la mejor manera posible. Sueño con ese momento, admirado colega, donde quiera que estés…
El autor es médico