En América Latina, la discriminación se apoya en varios fenómenos culturales. Uno de ellos es el silenciamiento del protagonismo histórico de los negros y mulatos a través del blanqueamiento de los héroes del siglo XIX. Un ejemplo es Juan José Nieto, el gran líder liberal cartagenero. Y en nuestro país se ha intentado blanquear a personajes como Carlos A. Mendoza y al médico y oficial del ejército libertador José Domingo Espinar.
¿Por qué importa? Porque al blanquear a estos personajes históricos se silencia la participación de los afrodescendientes en la historia de nuestra nación, lo que ayuda a perpetuar la discriminación racial. Recordemos que la discriminación se apoya en ciertas ideas aprendidas, como las que sostienen que algunos seres humanos son mejores que otros, porque han contribuido más a la construcción del país.
¿Por qué hablar de raza, si la raza no existe y no tiene ningún fundamento científico, ya que hay una sola especie humana? Porque, aunque la ciencia nos dice que las razas no existen, también nos dice que el racismo si existe. Y los científicos sociales lo estudian para entender cómo afecta a las sociedades y a la vida de las personas.
¿Y cómo podemos hablar de racismo y raza, si no hay razas biológicas? Porque la raza es una construcción social. Eso quiere decir que las sociedades construyen diferencias entre los grupos humanos basadas en ideas e interacciones que se aprenden y enseñan en sociedad. Y estas ideas e interacciones cambian con el tiempo y tienen un impacto real en la vida de las personas.
Veamos el caso de José Domingo Espinar. Espinar era considerado por sus contemporáneos como un pardo o mulato. Bajo el régimen español eso quería decir que se reconocía que llevaba sangre africana en sus venas y, según las construcciones sociales de la época, eso significaba que tenía en la sangre la mancha de la esclavitud y de la ilegitimidad. Debido a esas ideas, se les prohibían ciertas profesiones o ciertos derechos que estaban reservados a los blancos.
Los gobiernos republicanos que surgen después de las guerras de independencia decretan el fin de esas diferencias y establecen que todos los hombres libres son iguales ante la ley, independientemente de su color u origen. Sin embargo, los prejuicios y las construcciones sociales no desaparecen por decreto. Y si bien José Domingo Espinar, al igual que otros mulatos de su generación, vivió una movilidad social que hubiera sido imposible en la era colonial, siguió siendo víctima de prejuicios por ser mulato. Por un lado, llegó a ser senador, comandante general del Istmo y general de brigada. Por otro, su prestigio y poder político hicieron que su enemigo, el gobernador José de Obaldia lo acusara en 1851 de haber fomentado una guerra de razas (o guerra de castas en el lenguaje de la época) sólo por ser popular entre los negros y mulatos.
José Domingo Espinar se defendió de esas acusaciones con un pensamiento original. Pasaron 100 años para que Martin Luther King dijera que los seres humanos no deben ser juzgados “por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad,” Espinar argumentó todos tenemos el color que nos “cupo en suerte al nacer” y que ese color no debe usarse para calificar a las personas. Y agregó que “todo cuanto entonces se hizo y cuanto después se ha hecho en Panamá ha sido siempre y por siempre obra de las castas porque ellas (la gente de color, o sea tumbaga Istmeña) predominan sobre las pocas personas capaces de hacer alarde de sus abolengos.”
Si queremos resaltar el legado de José Domingo Espinar, no lo blanqueemos. Recordemos que era un mulato que luchó por la igualdad y que fue uno de nuestros pensadores más originales del siglo XIX, uno de los primeros en pensar la relación entre igualdad racial y democracia.
Al igual que la mayoría de los otros negros y mulatos de su época, José Domingo Espinar sabía por experiencia propia que esa igualdad a la que aspiraba todavía no se había logrado. Reconocer su contribución histórica como afrodescendiente, que nos ayuda a alcanzar esa sociedad sin discriminación con la que el soñó.
La autora es doctora en historia, directora de investigación y publicaciones del Ministerio de Cultura y miembro de Ciencia en Panama.