Llevamos más de 10 meses enfrascados en una especie de “batalla campal” entre las realidades y las palabras. Los medios de comunicación han asumido, con responsabilidad social, un papel protagónico en la denuncia de los actos de corrupción, el nepotismo y la inseguridad. Sin embargo, siento que el “poder” de las palabras no ha sido eficaz, porque se “navega” en un mar de abusos, corruptelas y en medio de una increíble opacidad, como si algunos gozaran de la protección y tolerancia de un gobierno que no ha entendido el mensaje, claro y alto, del electorado. Este expresó, en mayo de 2014, que no quería –ni un minuto más– a los que manejaron las finanzas públicas como si fuera “botín de supermercado”, ni a los que manipularon la justicia y generaron esa cultura de corrupción generalizada, de la que todavía la sociedad panameña no termina de recuperarse, y que produjo daños financieros, éticos y morales a la nación.
Los medios no pueden ocultar más ni guardar silencio cómplice ante la tozudez de la realidad y la política. El silencio es el mayor aliado de la corrupción, y quien la oculte, patrocine, proteja o tolere, terminará formando parte de ella.
Hace poco, me llamó la atención la expresión de alguien que dijo: “¿En dónde estaban los medios de comunicación en los anteriores cinco años, que no hablaron del nepotismo que le cuesta millones de dólares al Estado?”.
Parece que se quisiera justificar la función de gobernar, como la plataforma que utilizan los funcionarios deshonestos. Estos solo aprenderán la lección, vía la indignación y una presión social eficaz contra los conflictos de interés y el favoritismo que solo generan crisis de confianza en las instituciones públicas. Estoy convencido de que el estado de derecho se debilita por los efectos nocivos del nepotismo y la corrupción. Sin embargo, han transcurrido los meses y las palabras no logran “agrietar” la “dura roca” del mutismo inexplicable de un gobierno que debe “vender esperanzas”.
¿Por qué temerle a los medios? Los gobiernos deben respetar la independencia y el derecho de estos a informar, sin presiones ni amenazas. Es preferible un periodismo honesto, responsable y crítico, a un “pseudoperiodismo” que abanica de manera sumisa la tranquila placidez de los tiranos y los corruptos, que solo esperan palabras de halago. En ocasiones me asalta la sensación de que las palabras se tornan débiles, porque las lecciones de un oscuro y nefasto pasado no son lecciones aprendidas.
Ha transcurrido un año desde que el “voto castigo” se aplicó, con severidad, a un gobierno que aspiraba a ser eterno. La sociedad respiró aires de renovado optimismo y el cambio político suscitó extendidas esperanzas en un gobierno elegido con inmenso apoyo popular. Y se pensó que se iniciaría una nueva etapa de consolidación democrática, capaz de asegurar las libertades ciudadanas y crear un ambiente propicio para el crecimiento económico, reducir la pobreza y dar respuesta a los problemas sociales más sentidos de la población.
Gracias a la acción fiscalizadora de los medios, han salido a la luz pública muchas prácticas corruptas, contrataciones directas sospechosas, nepotismo y otros vicios, unidos al cordón umbilical de un pasado que nunca debe retornar. Sin embargo, en ocasiones me asalta la idea de que las palabras se tornan débiles y que no saldremos de este círculo vicioso de promesas incumplidas, inseguridad y gobiernos ineficaces. A pesar de todo, miro el presente con una opción de futuro, lleno de fe y esperanzas. Aquella fe que “mueve montañas”.
