A veces me pregunto: ¿Será que cambiamos a torpes por hipócritas? Los torpes del pasado, que delinquían a cielo abierto, o los de ahora que, como buenos discípulos de la vieja escuela político-partidaria, lo hacen con mejor estilo y doble discurso. Escucho a sus adeptos hacer el ridículo, tratando de defender lo indefendible. Sin darse cuenta de que al hacerlo replican las actitudes más funestas de sus predecesores. ¿Se podrá ser tan obtuso?... Aunque no creo que sea algo de “carencia gris”, sino más bien del coma que induce la corrupción a la honorabilidad. Que los otros lo hicieran no da razón a que estos lo sigan haciendo. ¿De lo contrario, con qué moral se aplicaría la justicia? Luego, quedaríamos frente a un gobierno inmoral e hipócrita, nuevamente.
En la incipiente democracia ateniense, los contendores electorales solían votar a favor de su opuesto y en contra propia. Lo hacían por cortesía, honorabilidad y humor protocolar, entendiendo y aceptando de manera implícita el peso de gobernar una nación. Todo esto me hace recordar aquel viejo refrán: “La mujer del César no solo tiene que serlo, sino parecerlo”. ¿De qué le sirve a este gobierno hacer justicia sobre los otros, si le tiembla la mano con los propios? Cuando ganaron las elecciones se habló de que “había triunfado la decencia”, porque estábamos atosigados de tanta inmoralidad. ¿Ahora, qué pasó, a dónde se nos fue la decencia, o será que nunca la hubo?
Yo no he sido fanático de practicar el culto a la personalidad, por eso observé con mucha reserva en la pasada contienda electoral el engrandecimiento a la figura del magistrado que hoy tanto cuestionan. Por crear al “paladín del bien y la justicia”, “archienemigo de la maldad”, cosa que definitivamente y por estrategia política no le cabía a Juan Carlos Varela, exacerbaron la personalidad de Erasmo Pinilla. Bordeando, en tal afán, la coherencia social que requería Panamá entonces. Aquí hubo mucha gente que, por emotividad, quiso reencarnar a la Cruzada Civilista en las personas equivocadas, y se les pasó la mano en ridiculez. ¡Ahora tenemos esto!
La sociedad esperaba mucho más de este gobierno. Es cierto que el ritmo del anterior era algo definitivamente enfermizo, y todas las semanas daba un sobresalto. Es normal que todo nuevo gobierno busque encontrar su ritmo de ejecución. También es difícil investigar el desastre pasado y producir, al mismo tiempo. Sin embargo, estos últimos elementos de nepotismo exhiben la gran debilidad del actual gobierno. La frecuencia con que se viene dando, sugiere el establecimiento paulatino de una norma muy peligrosa, por lo negativamente prometedora que parece. Producto, en su mayor parte, de la indulgencia para tratar los casos. Lo que no se cura a tiempo se agrava, luego. ¿Qué esperamos para actuar con severidad? ¿A que llegue el próximo gobierno? ¿O, peor aún, que renazca el pasado, y de sus propias manos?