Ante los innumerables problemas que aquejan a nuestra sociedad, es frecuente contar con igual cantidad de posibles soluciones. Sin embargo, muchas de esas soluciones parecen provenir de personas con intereses ajenos al problema en discusión o simplemente se proponen con escasez de respuestas concretas, donde se usa como “banderita” la solución más simple que suene agradable.
Es muy fácil decir que el problema de la violencia está en el desempleo, o que el problema del desempleo está en la educación, o que el problema de la educación está en la corrupción, o que el problema de la corrupción está en que nos hemos alejado de Dios, o que nuestra separación de Dios se debe al desmembramiento familiar, o que el problema de la familia está en la violencia, el desempleo, etc. ¿Hasta cuando tanta babosada?
Lo anterior se empeora cuando cada vez que se presenta una propuesta concreta a un problema social, salta uno de estos idealistas a decir que esa no es la solución correcta. Son tan escasos de respuestas que no se dan cuenta que una solución ideal nunca será real, porque los fenómenos ideales no existen. Ya es hora de definir acciones, y éstas pueden sustentarse en ideales que, por cierto, no son lo mismo; porque podemos tener ideales democráticos sin necesariamente pensar en una democracia ideal.
Tomemos un ejemplo concreto –para hacer honor a mis palabras–. Cada vez que se sugiere aplicar fuertes medidas contra los delitos protagonizados por menores de edad, no falta alguien que diga que esa no es la solución y que la delincuencia, más que castigarla, hay que prevenirla. Cada vez que escucho esos planteamientos, siento deseos de convertirme en el rey Juan Carlos para gritar: ¿Por qué no te callas? ¿Cómo es posible que se haya llegado al extremo de que un adolescente se atribuya un asesinato, para que el adulto culpable no tenga la pena que le corresponde. A quién entonces estamos protegiendo?
Son los mismos que sostienen que el problema de la corrupción gubernamental está en la impunidad, pero se les hace difícil aceptar que es la impunidad de los adolescentes la que origina que sean más propensos a delinquir. Son tan fanáticos que no se dan cuenta que con sus acciones promueven que la juventud caiga en el crimen. Se han atrevido a manifestar que el problema de la delincuencia juvenil no es tan grave, porque la mayoría de los crímenes la cometen adultos, lo que significa que no debemos preocuparnos si por cada 100 asesinatos, 45 son ejecutados por niños. ¡Por favor!
Estoy consciente que el problema no termina con meter a los delincuentes en la cárcel, al menos que los encerremos permanentemente. Es necesaria una resocialización del reo, que debe comenzar con un trato justo y respetuoso. ¿Qué podemos esperar de estas personas si se les trata como animales y lo que es peor, observan que aquéllos que los encarcelaron no son tan diferentes?
Abogo por cárceles más dignas de un ser humano, independientemente del crimen que haya cometido. Podemos comenzar capacitando a los custodios. Paralelamente, es necesario emprender una campaña nacional por el respeto que se merecen los privados de libertad, porque ante el hacinamiento en las cárceles es frecuente escuchar del ciudadano común: “bien hecho, para que no les den más ganas de regresar”. Esa mentalidad debe modificarse, porque la reflejará todo el sistema judicial.
No obstante, si aun con esas oportunidades y trato digno el delincuente es reincidente, me sumaría a aquéllos que piensan que se deben encerrar de por vida.
En una ocasión escuché a un famoso criminólogo expresar que debemos dejar de insistir en que a la juventud hay que darle deporte, recreación, arte o lo que sea; para que no caigan en la delincuencia o las drogas. Con ello estamos, según el especialista, diciendo a los menores que ellos no son responsables de sus actos y que el día que no tengan nada que hacer se justifica incurrir en el delito.
Ha llegado el momento de decirles a nuestros jóvenes que están lo suficientemente grandecitos como para diferenciar entre lo bueno y lo malo y sobre todo, para pagar por sus crímenes.
