Con los avances de la ciencia, los instrumentos y el examen físico de un profesional de la medicina se puede medir el estado de salud de una persona. Mi pregunta y reflexión, a la vez, es ¿cómo se puede medir la salud de un sistema democrático?
Propongo algunos elementos como parámetros para ver si podemos analizar y calificar nuestro sistema democrático en una escala de 1 a 10 (en donde 10 sería la excelencia), y de ahí saber qué tan bien se encuentra nuestra democracia. A continuación los elementos de medición:
La libertad de expresión. En este renglón nuestro país ha avanzado, pero encontramos ciertos tropiezos, tal como la condena que se le hizo a un periodista por publicar información relacionada con un ex ministro, hoy magistrado de la Corte Suprema, que supuestamente combatió la dictadura norieguista por la desaparición de su hermano, pero cuyo ejemplo no parece estar lejos de la práctica de la dictadura. También por las acusaciones de altos funcionarios que se acostumbran a demandar a todos los periodistas que presentan una denuncia de algún funcionario público. El respeto a la libertad de expresión la calificamos con un seis.
La transparencia en los actos públicos y en las finanzas. En este renglón aún hay polémica, porque se aparenta ser transparente en algunos actos, pero en otros no. ¿Qué sentido tiene que se hagan contrataciones directas, que suman altas cantidades de dinero y en las que no se niega la familiaridad de las empresas beneficiadas? Así vemos, por ejemplo, como solicitar los planos de un proyecto millonario se convirtió en toda una aventura que llegó a la Corte para pedir algo que se supone debe ser transparente.
Vemos las cifras millonarias que se piden de repente para terminar una obra y como, en un fin de semana, todo se resuelve con el apoyo de la Asamblea Nacional. No sabemos qué papel pinta esta institución en una obra. Por lo señalado, la transparencia recibe una calificación de cuatro.
El desempeño de la justicia en Panamá. En este punto hemos fracasado; nuestra justicia de ciega no tiene nada, sin embargo, aún no hay ningún alto funcionario preso por peculado, tal como se ha hecho en Perú y Nicaragua. Espero que esto se acabe algún día y quienes cometen un delito pasen, como cualquier otro ciudadano, por una investigación del Ministerio Público, sin “influencia de nadie”. Si este órgano no cambia la forma de seleccionar a los magistrados, no avanzaremos, por eso, lo calificamos con un dos.
Las elecciones a los cargos públicos. En Venezuela, Chávez se elige como candidato y controla todo el poder y los medios, y piensa que eso es democracia.
El nuestro quizás sea el más representativo de lo que supuestamente debe ser un sistema democrático, pero debe mejorar las reglas para la elección de los candidatos a cargos públicos. Se acaba de aprobar que cualquier candidato que tenga los requisitos para aspirar a la Presidencia no necesariamente debe pertenecer a un partido, esto nos parece que debe aplicarse para todos los cargos de elección popular.
Los partidos políticos no son la garantía de un sistema democrático. Desde hace poco se celebran las primarias para que un aspirante sea elegido como candidato a lo interno de su partido, pero hace años los partidos decidían de a dedo a los candidatos ¿Qué democracia había?
Actualmente, quienes logran ganar la Presidencia deben esperar un periodo más para intentar reelegirse. ¿Por qué los diputados, los representantes, los alcaldes, se pueden reelegir las veces que quieran? ¿Por qué no se regula la cantidad de veces que se pueden reelegir esos candidatos a los cargos de elección popular?
Este sistema hay que renovarlo y hacerlo más democrático, por eso lo calificamos con un tres.
Los privilegios para los altos funcionarios. En este punto, el gobierno que sea, si mantiene todos los privilegios que se le otorgan a magistrados y diputados: gasolina, exoneración de impuestos a sus vehículos, carros de lujos, celulares con minutos ilimitados, mantendrá un sistema caro para un país con una pobreza de 40%, por eso lo calificamos con uno.
En los cinco renglones que hemos calificado a nuestra democracia, obtenemos un promedio de 3.2. Si hay quienes proponen otros renglones para evaluar nuestra democracia, elaboremos un sistema que nos permita hacer este ejercicio todos los años, para tratar de mejorar nuestro sistema democrático.