La esperanza es un ingrediente necesario en la vida de los pueblos, pues de ella se deriva el impulso para seguir adelante, gestionando los cambios que le aseguren un mejor futuro. La esperanza nace de un anuncio o de una convocatoria para continuar, para adelantar o para cambiar. Está basada en un liderazgo que la alimenta, la motiva y la conduce. Un liderazgo que necesariamente debe ser auténtico, íntegro, honesto en su origen y todas sus manifestaciones públicas y privadas, firme y al mismo tiempo flexible y reflexivo cuando las situaciones que encara así lo ameriten.
La esperanza debe nutrir a todos los niveles sociales, económicos, políticos, profesionales y laborales de una nación. Un pueblo sin esperanzas es como un infeliz que, afanosamente, busca la luz deambulando por la existencia sin dirección cierta y sin la seguridad de poder encontrar su propio destino.
En la perspectiva de la esperanza, juega un papel muy importante el liderazgo político, enmarcado en las características que apuntamos anteriormente, para que tenga un impacto positivo en la población. De otra forma, será un lastre que no contribuye con ninguna expectativa esperanzadora. Este aspecto es decisivo y así es que se convierte en el verdadero desafío de la esperanza. Se ha jugado, despiadadamente, con la esperanza del pueblo panameño, quinquenio tras quinquenio, lo que ha contribuido cual abono efectivo a la proliferación de la corrupción.
Si bien el liderazgo político es muy importante en el desafío de la esperanza en función de gobierno, también lo es el liderazgo de la sociedad civil como contrapeso a las fallas de aquel. Es, precisamente, en ese liderazgo emergente donde debe apuntar, en mi opinión, el desafío de la esperanza del pueblo panameño. No es cuestión de quién manda, ni de quién tiene el poder.
Es cómo este –el liderazgo de la sociedad civil– expone su carisma transparente, honesta, íntegra y confiable en el debatir de los temas nacionales, los que se manejan con aparentes improvisaciones y superficialidades propias del marketing político, que parece comenzar a rebasar los límites de la credibilidad nacional. El pueblo también tiene su propia responsabilidad de manifestar su sentir, su pensamiento y su opinión para enfrentar el desafío de su propia esperanza. Su respaldo al liderazgo de la sociedad civil resulta ser la mejor opción, dada la doble agenda de los liderazgos gremiales y sindicales.
La juventud del país tiene un papel clave en superar el desafío de la esperanza, nutriéndose de valores cívicos y éticos que les represente su mejor garantía y credencial para intervenir en la vida nacional con autoridad y compromiso, de cara a lograr un mejor futuro para todos, incluyendo especialmente a los marginados hoy día de una esperanza que los impulse a caminar por la senda de logros y realizaciones.
Un desengaño más sería altamente peligroso para ejercer la gobernabilidad del país. De allí que todos, en nuestra vida pública y particular, tenemos la enorme e insoslayable responsabilidad de contribuir eficazmente, minuto a minuto, cada día de nuestra existencia, para superar el desafío de la esperanza.