Enseñar es una tarea primordial. Como sociedad, parecemos pasar por alto un indicador crucial de la educación: su calidad. Y es que, en los últimos años, el mundo entero parece haber olvidado que la educación no es integral si no es ofrecida con calidad distintiva, que hoy, más que nunca, requerimos en un entorno de distanciamiento social, producto de la pandemia.
Imaginemos este escenario: retrotraigámonos tres años en el tiempo, cuando aún podíamos sentir la brisa en espacios abiertos, sin toques de queda, alguien se acerca e intenta convencernos que la virtualidad sería la nueva modalidad de aprendizaje, porque un desconocido virus mortal, contagioso y avasallante impactará al mundo entero. “¡¿Qué?!” Probablemente lo habríamos calificado como un chiste distópico de mal gusto que nada gracia hace.
Remontarnos en el tiempo puede ser una herramienta de evaluación para evaluar la calidad educacional en época de pandemia. Abordamos, con el respeto que la educación y sus facilitadores merecen, por haber luchado contra viento y marea para enseñar y lograr aprendizajes.
Es justo reconocer a los actores centrales de este reto: estudiantes, maestros, profesores y padres de familia quienes han tenido que acoplarse a la situación del mundo actual sin una preparación previa, procurando dar lo mejor de ellos mismos, buscando la normalidad en lo anormal de no sentir el calor humano. Merecen una ovación de pie quienes han hecho lo que han podido en este difícil escenario.
Se especula que la calidad de la educación presencial solía ser más fácilmente comprobada. La realidad es que el contexto sí pesa: mientras recibía en mi escuela, educación presencial de cierta calidad, en un entorno con tableros tecnológicos y unidades de aire acondicionado, en algún punto del país había un niño con hambre y sin desayuno en una escuela rancho.
La tecnología brinda la oportunidad de ser pioneros. De haber conectividad, tiene el potencial de hacer más democrático el acceso a educación de calidad. Así, nos acercaríamos a la meta general de la educación desde la raíz: acceder a calidad educativa de manera equitativa. Ello nos hace reflexionar de manera más profunda ¿Quién está haciendo las verdaderas preguntas? ¿Tienen todos los estudiantes acceso a las plataformas tecnológicas? ¿Ha disminuido la deserción escolar en un entorno virtual? ¿Cuál es el impacto de la situación económica en el desplazamiento de los estudiantes a otras instituciones? Mis respuestas a estas reflexiones es que hoy hay estudiantes que se mantienen aún sin desayuno, sólo que ahora se añade a esta lamentable realidad, la falta de señal y de dispositivos tecnológicos. Investigaciones recientes concluyen que la proliferación de pobreza en el país ha desplazado a los estudiantes de las escuelas y universidades al trabajo de calle o de oficina.
La realidad es que las cifras de estudiantes que debieron migrar a otros centros educativos y adaptarse a nuevos métodos de estudio es enorme.
La tasa de deserción escolar se incrementó en 2020. A octubre de 2020, se reportaba que aproximadamente 60 mil estudiantes no habían recibido clases a distancia. Usualmente, los excluidos del sistema son estudiantes en estado de vulnerabilidad o en áreas de difícil acceso. ¿Podemos atribuir este fenómeno a la calidad de la educación que se les brinda a los estudiantes? ¿O es consecuencia de la situación socioeconómica del país que obligó a muchos jóvenes a abandonar sus estudios para poder sobrevivir? Es aquí, cuando se hace más que obligatoria la acción de las autoridades y de los centros educativos, cuando trazamos estrategias concretas para asegurar aprendizaje significativo; cuándo tenemos en cuenta los estándares de los derechos fundamentales de aprendizaje, para que todos manejemos el mismo nivel de educación, independientemente de la modalidad de educación, de donde vivamos o de qué nivel educativo cursemos y cuál es nuestra situación socioeconómica.
La desigualdad en la que nos mantenemos nos obliga a velar porque este llamado de atención no sea en vano. La educación debe ser accesible, responsable, equitativa y formativa para todos y cada uno. Es un derecho inherente del ser humano.
La autora es estudiante de Relaciones Internacionales y miembro de Jóvenes Unidos por la Educación


