Al igual que mi padre, de 89 años, observo diariamente cientos y cientos de adultos mayores transitar en los distintos pueblos de nuestra patria sin centros de recreación donde asistir, sin programas sociales que le sean incluyentes, sin las atenciones médicas exigidas a su edad, sin los medicamentos necesarios para garantizar una calidad de vida, sin la comprensión de muchos estamentos públicos y privados, sin conciencia a su esfuerzo realizado y lo peor que puede tener una sociedad, es el poco respeto que se les tiene. Solo reciben la clásica respuesta: “no hay”.
En la antigua Grecia, al igual que en muchas organizaciones humanas, el Consejo de Ancianos jugaba un papel fundamental de orientación en las decisiones que habían de adoptar, producto del cúmulo de sabiduría que se posee en dicha etapa de la vida. En nuestros “sistemas modernos”, se les aparta abruptamente, desconociendo que nuestros adultos mayores huelen a flores, a mangos, a bananos y tienen sabor a cafetal. Actuamos como un gringo desconocedor, que pela el guineo, se come la cáscara y bota la esencia más preciada del fruto.
Si con responsabilidad de Estado evaluáramos periódicamente la situación económica de la población y adoptáramos políticas justas y correctas, entendiendo que el derecho a vivir es de todos y no de unos cuantos vividores en detrimento de los que siempre cargan en sus espaldas el peso del trabajo, estoy seguro de que Eladio y sus combatientes, lo que mejor harían en estos momentos es disfrutar del preciado tiempo que les regala diariamente el gran creador. Pero el tranque de calles se hace obligado, cuando no se escucha el rugido de sus estómagos enfurecidos, que debido al encarecimiento de todos los productos de la canasta básica familiar, las medicinas incosteables, han obligado a reducir a dos veces el pan en sus mesas y por amor a la vida, luchan por subsistir.
El jueves me tomó una hora llegar desde Bella Vista hasta Plaza Edison, perdí una reunión importante con un ministro de Estado y a pesar de que comparto el derecho de libre tránsito de terceros, sonreí y le di gracias a Dios por darle fuerzas a los jubilados por atreverse a pelear por lo que se merecen. Es que en la vida, ese espacio de tiempo que se nos da medido, existen unas cosas más importantes que otras y su lucha nos debiera llenar de orgullo, aunque no compartamos el método adoptado.
He visto a mis maestras, envejecidas y empobrecidas económicamente, después que con tanta entrega y abnegación dieron lo mejor de sí para perfeccionar el fruto de todas las generaciones que pasamos por sus manos. Consagrados obreros y lo más graneado del campo hacerlos morir productivamente, ya que las “políticas modernas” expulsan del sistema a todo ser altamente calificado, por el simple delito de ser mayor de 60 años.
Entre ofertas y ofertas cada cual escoge la de su preferencia, acato ese sagrado derecho, pero al conocer que solo dos candidatos a la Presidencia de la República presentaron propuestas con contenidos para subsanar dicho entuerto, pero uno se retiró para ser vice de un tercero, del cual, la población desconoce hasta el momento sus aviesos propósitos y como él mismo dijo en 1999, que él tiene un partido empresarial; concurro a apoyar a Balbina Herrera, en su objetivo de ofrecer la mitad del salario mínimo (160 dólares), a quienes no posean ningún tipo de jubilación, ya que por simple lógica, ello obligaría a mejorar salarialmente al resto de los jubilados y pensionados.
Los que se pulen en los gimnasios, compran sus vitaminas y cremas para prolongar su vida, mírense en el espejo de los que luchan en la Trasístmica. Con el tiempo todo se arruga y unos, más rápido que otros, llegaremos tarde o temprano a esa edad. Si hoy no somos lo suficientemente conscientes de los correctivos que tenemos que adoptar, mañana no lloremos sobre la leche derramada.
