Uno de los aspectos más interesantes—y relevantes—de nuestra independencia de España es que su hecho desencadenante tuvo lugar en lo que los panameños llamamos el “Panamá profundo” o “interior”, específicamente, en el partido—hoy provincia—de Los Santos. Evidentemente, ya en 1821 soplaban vientos independentistas: algunos sectores capitalinos acariciaban la idea de separar el istmo del imperio español y, tierra adentro, también circulaban ideas secesionistas.
Contribuyó grandemente a su diseminación el patriota Francisco Gómez Miró quien, en palabras de Alfredo Castillero Calvo, desarrolló una “infatigable y audaz campaña proselitista” para difundir los principios republicanos en los territorios de la alcaldía mayor de Natá, jurisdicción que abarcaba la mayor parte de las actuales provincias de Coclé, Herrera y Los Santos.
La circunstancias regionales también anunciaban la inminencia de la independencia: el 24 de junio, el ejército bolivariano triunfó sobre los españoles en el campo de Carabobo, poniendo fin a la presencia española en tierra firme venezolana; el 28 de julio, José de San Martín proclamó, en Lima, la independencia del Perú; el 30 de agosto, un congreso general, reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta—del cual fue vicepresidente el obispo panameño, Rafael Lasso de La Vega—adoptó para Colombia una constitución republicana; el 15 de septiembre, Centroamérica declaró su independencia, y el 27 del mismo mes concluyó, con la victoria patriota, la prolongada guerra de independencia que por más de 10 años se libró en México.
En su magnífica obra 1821: la independencia de Panamá de España y su época, que he tenido la satisfacción de citar en otras ocasiones, el doctor Castillero Calvo retrata claramente este contexto regional (pág. 552):
“La insurgencia avanza irreprimible por todas las antiguas colonias. Lima está sitiada por las fuerzas combinadas de San Martín y Cochrane. Casi toda Nueva Granada ya se ha declarado independiente. Cartagena ha caído en manos del general Montilla, que con su ejército de cuatro mil hombres espera órdenes de Bolívar para ‘liberar a Panamá’. Guayaquil, el nervio fluvial por el que se accedía al hoy Ecuador, y vital para Panamá como fuente de alimentos e insumos de todo tipo, ya era también independiente. Solo permanecían realistas los vastos interiores de Perú y Ecuador, ya amenazados por los avances sostenidos de las tropas bolivarianas”.
No era sensato pensar que, en el istmo de Panamá, situado entre dos grandes secciones de América que habían declarado la independencia, se mantendría vigente el statu quo instalado tres siglos antes, tras la conquista y dominación española del Nuevo Mundo. Sea lo que fuese que planeaban los grupos dirigentes capitalinos, como lo apunta Castillero Calvo, la proclamación de la independencia en Los Santos—200 años atrás, en esta fecha—“precipitó los acontecimientos”.
“Fue el Grito santeño”, continúa, “el que propulsó el desenlace final.” Dicho grito fue un acto de rebeldía contra los desmanes y atropellos de un sistema despótico, cuyos excesos habían aumentado desde la llegada al istmo, en agosto de 1821, del capitán general Juan de la Cruz Mourgeón, a quien Fernando VII había prometido el título de virrey si lograba restablecer la dominación española en dos terceras partes del Nuevo Reino de Granada, transformado ya en la República de Colombia.
Semejante incentivo propulsó a Mourgeón a cometer excesos para conseguir los recursos económicos y el personal que necesitaba, a fin de derrotar a los patriotas sudamericanos. En la capital, expropió bienes a comerciantes y a la Iglesia, lo cual generalizó el disgusto en la población.
En el interior, sus arbitrariedades fueron aún mayores. En memoriales remitidos después de la independencia por los pueblos del antiguo partido con sede en la Heroica Villa, que abarcaba poblaciones de las actuales provincias de Herrera y Los Santos, se deja constancia de los abusos que concitaron la rebeldía de los interioranos.
En su oficio del 3 de octubre de 1822, el ayuntamiento de Ocú se refirió a “las obstilidades [sic] continuas del Gobierno Español que hemos sufrido, tanto en los intereses, cuanto en las continuas e intolerables sacas de gentes que nos dejaban inaptos para nuestras labores en que subsistíamos”, según lo reproduce la obra La insurrección de Las Tablas, de Claudio Vásquez. “Los estragos y extorsiones que los pueblos estaban experimentando de los europeos los ponía en la dolorosa consternación, abatimiento y desesperación”, explicó, el 4 de febrero de 1822, el ayuntamiento de Las Minas.
De acuerdo con las explicaciones del ayuntamiento de Pocrí de Los Santos, suscritas esa misma fecha, “mucho antes” del 10 de noviembre “habían resistido las órdenes que mandaba el tirano Murgeón”, por lo que dejaba constancia de “todo el bien que nos resultaba sacudiendo el yugo de la esclavitud en que nos tenían los infames godos, que solo propendían al sostén de su engrandecimiento y estrechándonos cruelmente con sus injustos procedimientos”.
El acta del 10 de noviembre de 1821 consigna la valiente expresión de rebeldía de los pueblos interioranos frente a un sistema abusivo e inservible al bienestar general. Proclama la independencia “con plausible gozo y una indecible conmoción”.
Abraza decididamente la causa de la libertad y opta por el sistema republicano de gobierno—específicamente, el “que sigue toda Colombia”—como medio para lograrla. Organiza al partido bajo el nuevo esquema republicano, nombrando a Segundo Villarreal—respetado personaje de la localidad—jefe civil y militar para defender la independencia y propagarla a otras partes del istmo.
El grito santeño es la manifestación popular y patriótica por excelencia de la emancipación istmeña. Su clamor contra la opresión y su opción por el sistema republicano de gobierno siguen siendo tan válidos, hoy, como cuando fue pronunciado, hace dos siglos, por los patriotas santeños que activaron la independencia.
El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá
