Corría el año 1986 cuando cayó en mis manos un libro grueso, de letras apretadas y páginas amarillentas que decidí leer a toda costa: “Introducción a la Ciencia” de un tal Isaac Asimov del que solo sabía que era un genio. Más de 800 páginas de ciencia divulgativa que pensaba yo, me prepararían para abordar el bachillerato en Ciencias.
Unos años antes, el 21 de enero 1980, Asimov firmó un artículo en la revista Newsweek, breve, apenas una página, titulado ‘Un culto a la ignorancia’ donde daba un certero diagnóstico de la sociedad y su relación con el conocimiento que se encierra en la siguiente frase: “mi ignorancia es tan válida como tú conocimiento”.
El diagnóstico sigue vigente y no yerra en su descripción del sentimiento anti-intelectual, no solo de los Estados Unidos de los ochentas, sino del ser humano en general del siglo XXI. Porque los entusiastas de la ignorancia siguen haciendo su trabajo con ahínco, arraigando cada vez mejor la idea de que el conocimiento es una pérdida de tiempo.
Debemos reflexionar en el hecho de que la democratización de la ignorancia solo nos lleva a la dictadura de la sinrazón. “No te fíes de los expertos” es otra de las ideas del anti-intelectualismo. “Da igual lo que sepas o que tengas conocimiento: yo desde mi ignorancia puedo hacer lo mismo que tú”, te dicen, y publican su libro.
Muchas vocaciones artísticas nacen de allí: piensan que con “soñar” ser músicos, actores o escritores es suficiente y allí van, por los caminos del arte sin leer, o ver cine o escuchar música: se auto-perciben “artistas” y todos alrededor debemos procurar no despertarles de su sueño democrático de ser lo que les dé la gana, so pena de ser acusados de elitistas.
Asimov no me preparó para el bachillerato pero me dejó una frase para siempre, un camino: “Y, al principio, todo fue curiosidad… el imperativo deseo de conocer”. Y por allí sigo caminando.
El autor es escritor