El 8 de diciembre de 1950, mi madre apuntó en su diario: “Fiesta de la Inmaculada Concepción. Fui a dos misas, 7.30 y 8 a.m., y estaba cansada cuando finalmente terminamos. Recibí la sagrada comunión. Ver a todas las pequeñas niñas en sus trajes blancos avanzar a recibir a Nuestro Señor por primera vez me conmovió hasta las lágrimas. La procesión fue pospuesta como consecuencia del polio.”
No sé por qué habrá asistido a dos misas. Se me ocurre que con una hubiese bastado para celebrar debidamente la solemnidad cuyo dogma—el de la concepción sin pecado de la Santísima Virgen María—fue proclamado por Pío IX en 1854.
Mucho antes, sin embargo, la devoción estaba ampliamente difundida. En su conferencia sobre “Teatro, libros y espectáculos en el Panamá barroco” (2018), Alfredo Castillero Calvo se refiere a las “grandes celebraciones” organizadas en la vieja Panamá, en 1610, en honor de la concepción inmaculada y a la trifulca que tuvo lugar cuando un vecino que no le era devoto intentó subvertir el evento.
“Para desagraviar a la Virgen”, explica el Dr. Castillero, “se organizó una procesión solemne que recorrió las calles de la ciudad hasta llegar al convento de La Merced … Al finalizar estos festejos, ‘la ciudad hizo voto de celebrar con fiesta particular cada año lo inmaculado de su Concepción Santísima.’”
Desde la dominación española, como vemos, se celebra en Panamá la Inmaculada Concepción. Las casas de monjas que hubo en la vieja y la nueva ciudad estaban dedicados a esa devoción. En Panamá la nueva, el convento se situaba donde hoy está el Teatro Nacional.
Su característica principal era un campanario rectangular como el de la torre de Panamá la vieja. El predio pasó al Estado cuando el gobierno colombiano decretó la desamortización de bienes eclesiásticos (1861) y lo destinó a cuartel.
Poco después de la separación de Colombia (1903) fue demolido y en su lugar se erigió una hermosa edificación, en estilo neoclásico, destinada a teatro (con frente hacia la iglesia de San Francisco) y casa de gobierno (con frente hacia la avenida Central).
Como lo observa Mamá, la fiesta de la Inmaculada era el día en que los niños panameños llevaban a cabo su primera comunión hasta que algún cura vanguardista, de esos que “modernizan” los templos históricos y socavan las tradiciones populares, se le ocurrió que era mejor que cada cual la haga cuando le da la gana.
En nuestro medio, además, el 8 de diciembre adquirió mayor relevancia desde que fue oficializado en 1930 como el día de la Madre. Otro país que celebra a sus madres en una solemnidad de la Virgen María es Costa Rica, donde acontece el 15 de agosto, fiesta de la Asunción, cuyo dogma, por cierto, fue proclamado por Pío XII en 1950, el año en que Mamá hizo la referida anotación en su diario.
Mi madre tenía en ese momento 16 años y asistía al Colegio Internacional de María Inmaculada, precisamente dedicado a la conmemoración del 8 de diciembre. Allí estudió con las madres Policarpa, Godofreda y Antonieta, entre otras y recibió su diploma de escuela secundaria a principios de 1951, aunque sin los acostumbrados festejos, como consecuencia de la epidemia de polio.
Entre agosto de 1950 y abril de 1951, el personal sanitario identificó 142 casos de poliomelitis anterior aguda. Los pacientes fueron internados, en su mayoría, en el Hospital Santo Tomás; unos pocos fueron recluidos en hospitales de la Zona del Canal.
Nueve fallecieron, según lo informan, en su artículo publicado en los Archivos Médicos Panameños (1952), los doctores Rodaniche (Enid Cook y su esposo, Arcadio Rodaniche). “La epidemia”, aclaran los autores, “se inició en el pobre y densamente poblado barrio de El Chorrillo de la ciudad de Panamá, siendo el primer caso un infante de un año de edad … quien falleció 12 horas después de su admisión al hospital.”
Para enfrentar la situación, el gobierno del Dr. Arnulfo Arias Madrid suspendió las aglomeraciones públicas, entre otras medidas y en abril de 1951 solo se reportaron dos casos, por lo que la emergencia se dio por terminada.
El mes siguiente concluyó abruptamente el gobierno del Dr. Arias, quien fue destituido por la Asamblea Nacional y expulsado de la casa presidencial por un destacamento de la fuerza pública. Más muertos hubo en ese altercado que en la epidemia de poliomelitis.
Nada de esto se vislumbraba en el horizonte aquel 8 de diciembre de 1950, el cual transcurrió con apacibilidad en la capital istmeña. En la tarde, Mamá fue “al Teatro Bella Vista con Teresita [Castillo] y su madre para ver ‘My Blue Heaven’, a colores, con Betty Grable y Dan Dailey.”
Aunque los carnavales serían suspendidos en 1951, la asistencia a espectáculos públicos menores, como el cine, no fue proscrita. Los panameños de mediados del siglo XX eran cinéfilos y se mantenían pendientes de las más recientes producciones de Hollywood. Pero parece que la película escogida no fue muy del agrado de Mamá.
“La trama era algo graciosa pero el baile fue horrible”, apuntó. “Los bailarines casi que no hicieron más que menearse. En el elenco estaban también David Wayne y Jane Wyatt. David Wayne está más cómico cada vez.”
Siete décadas más tarde, pocos recordarán a Grable y Dailey, Wayne y Wyatt o sus meneos, como, tampoco, la epidemia de poliomelitis de 1950-1951, a sus víctimas y a quienes la combatieron. Sic transit gloria mundi.
El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá.
