El refrán “El hambre agudiza el ingenio” no es nuevo. Usado por los clásicos tantas veces y de tantas maneras no necesita explicación alguna: la maestra Vida se sirve del hambre para mejorar al ser humano, sacarlo de su comodidad y transformarlo. Como hizo con Juan Carlos.
He escuchado en mi familia muchas historias del hambre. Está la clásica, en la que usaban el pasaje que le daban los señores de la casa para comprar pan y caminaban “hasta por allá”, o la de cantar en Radio Mía para ganar una bolsa de alimentos, o aquella en la que la mayor llevaba al chiquito para que se tomara la leche que le daban a ella en la escuela.
Otro refrán dice “No sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió”, porque a veces los ex-pobres, los que un día consiguieron dejar atrás el hambre y convertirse en figuras relevantes, olvidan lo que pasaron, se hacen menos empáticos y les abandona el ingenio para ser unos perfectos necios. No recuerdan que las reglas del hambre son siempre las mismas en todas partes y en todos los tiempos.
Comer dos veces al día no es ser creativo. Hay quienes no comen por días o sólo lo hacen una vez, así que dos veces, imagínense, es un privilegio al alcance de pocos. La creatividad del hambre está vigente desde que el mundo es mundo y también la necedad. Pero a Juan Carlos, ex-pobre por sus méritos, se le olvidó.
Las opiniones son como los fundillos: todo el mundo tiene una. Por eso el necio, incluso cuando calla, es tenido por sabio.
Dar consejos creativos a los pobres sobre cómo gestionar el hambre es una necedad, pero rectificar es de sabios (parece que lo ha hecho) y también lo es el reservarse el derecho al silencio y a la reflexión, tan ajenos a la libertad de expresión. A ver si Juan Carlos no lo olvida para la próxima.
El autor es escritor