El hombre de la maleta naranja



Comenzar un nuevo año escolar no es fácil y si se trata de empezar en un nuevo colegio, en otra provincia y con otros compañeros y otro maestro, es más difícil todavía. En esas circunstancias se encontró mi hija pequeña hace dos años: empezar de cero. Pero todavía quedan apasionados por la enseñanza.

Le tocó un maestro de lentes, sonriente, buena planta, y me dijeron que enseñaba usando la tecnología. Y como a veces esos cacharros modernos los carga el enemigo, dudé, siendo yo amante de tocarlo todo y de la enseñanza de siempre, la de los años dorados y las buenas maestras que echamos de menos.

Vi que arrastraba todos los días una maleta naranja. Llevaba allí Ipads, unos suyos, otros cedidos, para que los chicos los compartieran, con apps increíbles que pagaba él mismo muchas veces. Entonces, en casa, comenzó a sonar su nombre con alegría: Manel esto, Manel aquello. Cuando un niño habla de sus maestros con cariño, los padres podemos estar tranquilos.

En la maleta naranja de Manel Rives hay mucho más que tecnología. Está llena de pasión, de ganas de transmitir conocimiento de manera relevante, deleitando como los viejos maestros sin renunciar al vértigo de las nuevas tecnologías, arrimando a las ganas de saber de los chicos todo lo que les pueda ser útil mañana.

Los buenos maestros son esos que están llenos de ganas, a pesar de todo, los que atraen a las familias y las ponen a trabajar e implicarse con los hijos. Esos maestros, los que consiguen poner su nombre en la sonrisa de sus alumnos, son los verdaderos campeones contra el sistema, que tantas veces va en contra del conocimiento.

Ningún gobierno puede imponer por decreto la excelencia en la enseñanza, pero puede facilitar el trabajo de los docentes. Cuando esto falla, quedan maestros como Manel Rives, que arrastran maletas naranjas llenas de pasión por su trabajo. Y eso se nota en Vigo o en Panamá.

El autor es escritor

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