Exclusivo Suscriptores

El maestro infatigable

A un peldaño de cumplir los 90, el preclaro aguadulceño acaba de publicar Una concepción diferente del Derecho constitucional (Editora Novo Art, 2021), el último volumen de la colección de quien intenta, una vez más, hacernos entender qué es una constitución política y el lugar que esta ocupa en una democracia.

“El asunto es no engañarnos y, sobre todo, no engañar a los demás”, dice Carlos Bolívar Pedreschi, el más ilustre de los constitucionalistas vivos. Es una advertencia que él ha repetido hasta el cansancio con el mismo tesón con el que remacha que las constituciones no existen por una mera casualidad pues no son producto del azar.

A través del recorrido de su obra, el lector disfrutará el paseo. Irá descubriendo las virtudes que una sociedad cosecha bajo regímenes genuinamente sometidos a los principios constitucionales y, por el contrario, le será más fácil advertir la manipulación de quienes le endosan propiedades mágicas y otros mitos.

Para quienes creemos en el derecho constitucional como una de las grandes conquistas de Occidente - nacido de aquel enfrentamiento medieval por las arbitrariedades del monarca - las constituciones tienen un fin, que no es otro que la limitación del poder. Y el derecho constitucional, a su vez, encuentra oficio cuando logra que ese freno al poder sirva para garantizar la vigencia de los derechos fundamentales dentro de un estado de derecho.

En otras palabras, que se garantice la libertad, la igualdad ante la ley y un sistema donde las controversias se diriman de manera justa e independiente. Por ello, las constituciones democráticas persiguen eso, una estructura, un método, una forma de gobernar que haga realidad lo anterior.

Las constituciones no son una panacea, dice Pedreschi. Muy a nuestro pesar, carecen del hechizo mágico capaz de resolver los problemas con solo incluirlos en el texto. En ninguna parte del planeta las constituciones construyen carreteras ni hospitales, como lo viene repitiendo Pedreschi hace lustros, tampoco recogen la basura y ni tienen la capacidad de cambiar “la moral y la conducta de los ciudadanos, mucho menos de la clase política.”

Por mejor redactadas que estén, las constituciones serán poesía si no existe una cultura de respeto que las anteceda, respeto por el estado de derecho y los valores democráticos.

Las constituciones formales “valen lo que valen los valores cívicos, éticos, morales, políticos y culturales de los ciudadanos y de la clase política de cada Estado”

El libro que nos presenta Pedreschi, cuya lectura me adelanto a recomendar, es una compilación de escritos y conferencias de distintas décadas, curada con el esmero del maestro tesonero que insiste en enfocar hacia lo medular, sobre esos principios básicos que son inherentes al debate constitucional.

No es casual entonces que el autor haya iniciado esta obra con su decálogo para abogados, y otro dedicado a jueces y fiscales, ambos de su autoría. Acumula lustros ya pregonando sobre ambos documentos porque sabe, de primera mano, que es impostergable rescatar el componente ético en las actuaciones del foro panameño. Por ello, también reúne en su primer capítulo la prédica por el ejercicio del derecho con fundamento tanto racional como moral, y denuncia, con toda razón, esa deformación de la justica, tan lamentable en el país, con la que tantas decisiones judiciales prefieren aferrarse al formalismo a costa de una decisión de fondo. Forma sobre fondo o, como él mismo titula, “Del culto del proceso y otras vagabunderías”.

Stephen Breyer, uno de los más respetados magistrados de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos acaba de publicar una obra en la que, entre otras cosas, expone sus aprehensiones ante la posibilidad que las sombras que proyecta la política partidista terminen minando la credibilidad de dicho tribunal (The Authority of the Court and the Peril of Politics, Harvard University Press, 2021). Preservar la credibilidad del tribunal superior de su país, es el lait motif de su escrito.

No debería sorprenderme entonces que el opúsculo del jurista, publicado en simultaneo con el de Pedreschi, ambos profesores eméritos de Derecho constitucional y diestros en el uso del lenguaje diáfano y persuasivo, coincidan tanto a pesar de las distancias.

La Constitución, dice Bryer, lo que creó fue un método, una forma, para resolver las controversias. La participación ciudadana, sostiene, es imprescindible para resolver las controversias. Y, sin debate público, sin libertad de expresión, sin protección a una prensa libre, no habrá participación ni debate ni democracia.

Sin estos elementos, “la Constitución, y el sistema de gobierno democrático que ella creó, no podrían funcionar.”

Rescato la frescura que guardan los comentarios de Pedreschi, a pesar de haberlos hecho hace tanto tiempo. Sus observaciones a la administración de justicia en tiempos de la dictadura, por ejemplo, y para vergüenza nuestra, parecen de hoy. Él se quejaba entonces de la subordinación de los funcionarios a los comandantes de turno, de la alergia a la legalidad y del culto a la arbitrariedad. ¿Es que no hemos aprendido?

El autor es abogado y ex profesor de Derecho constitucional


LAS MÁS LEÍDAS

  • Los combustibles bajarán de precio a partir de este viernes 12 de diciembre. Leer más
  • Gobierno anuncia acuerdo sobre salario mínimo: así quedarán algunas tasas por regiones. Leer más
  • Naviferias 2025: el IMA anuncia horarios y lugares del 15 al 19 de diciembre. Leer más
  • Jubilados y pensionados: así será el pago del bono navideño y permanente. Leer más
  • Embajador de Estados Unidos toma el desayuno chino con la diputada Patsy Lee. Leer más
  • Contraloría inicia auditoría a fondos que transfirió el MEF a gobiernos locales en el gobierno de Mulino. Leer más
  • Estados Unidos incluye a Ramón Carretero Napolitano en la Lista Clinton. Leer más