El optimismo crítico



No son estos días para venirse abajo. Más allá del tedio de estarse en casa y de la zozobra que produce pensar en lo que será el mundo después de esta pandemia, está la certeza de que todo esto pasará y tocará de verdad sacar cuentas, evaluar daños colaterales y levantarnos para seguir caminando.

Como apuntábamos la semana pasada, conviene hacer los retratos de estos días para tenerlos presente cuando recuperemos la calle y la vida nos reclame seguir adelante. Y decíamos que nada de héroes, sino profesionales responsables haciendo su trabajo en circunstancias precarias que les llevan a jugarse la salud o la vida.

Ante el lenguaje de guerra, de heroísmo y patriotismo prefiero que llamemos a las cosas por su nombre, que las autoridades nos traten como a una sociedad madura. Esta es una crisis sanitaria, una pandemia, no una guerra, y los profesionales sanitarios no son héroes, son personas que no pueden hacer más de lo que sus humanas fuerzas les permiten, y quedarse en casa no es patriotismo, es responsabilidad cívica que, si se incumple, merece castigo. Lo demás es ficción.

El optimismo crítico sólo se mantiene llamando a las cosas por su nombre, para poder señalarlas, cambiarlas si hace falta y avanzar. Cuando le suponemos a los profesionales sanitarios o de seguridad “heroísmo” o a los ciudadanos “patriotismo”, nos arriesgamos a sufrir una decepción muy grande porque, como en literatura, después de la novela o del cuento, la vida sigue igual que siempre. Y eso es precisamente lo que no queremos.

Sonriámosle al mañana, pero con los hechos claros, las cifras precisas y el sentido crítico alerta, porque después vendrán las excusas, los malos entendidos, y las explicaciones de un relato que no tendrá héroes sino un montón de villanos. Poder seguir caminando el día después de la pandemia depende de las decisiones que tomemos hoy, y la primera debe ser renunciar al drama y comprometernos a cumplir nuestro deber.

El autor es escritor

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