El problema del criterio



En general, la gente con criterio, no gusta. Son tenidas por orgullosas, pedantes o sabelotodo. Son personas que no suelen caer bien, a las que se les hace el vacío para no tener que enfrentarse a ellas. Los demás esperan que claudiquen, que se bajen del burro o que se plieguen a lo que la mayoría dice.

Siempre es más fácil mirar para otro lado, abrazar la tranquilidad de la ignorancia, no levantar la voz de más para no perder chance en la rebusca. La gente con criterio molesta porque no se duermen en los laureles y siempre ven la mancha que todos quieren ignorar o gritan que el rey está desnudo cuando todos, con su silencio, apoyan el engaño de la tela invisible.

Si algo más va a poner de manifiesto esta pandemia es que, cuando uno ya no tiene nada que perder, cuando ya nos han quitado todo, tomar la justicia por propia mano no es una locura. El disgusto es tan grande y es tan grande la afrenta, que la propia ignorancia terminará generando un estallido de toda esa rabia acumulada.

Por eso necesitamos personas con criterio, que ayuden a canalizar toda esa rabia por caminos que venzan la corrupción y la desidia, pero no con violencia. Necesitamos gente con las cosas claras y la mente fría para discernir los tiempos y que nos ayuden a actuar de la forma más firme y contundente posible, pero sin poner en riesgo la estabilidad de nuestro país.

El problema del criterio es que escasea, no es popular y está contraindicado por los entusiastas de la ignorancia que buscan que todo salte por los aires con un propósito: culpar a los robados y burlados, al pueblo, de el caos en el que nos sumirá la violencia. Y este perverso motivo es evidente. Ellos se irán reídos y con los bolsillos llenos hasta que, sin criterio, les volvamos a votar.

El autor es escritor

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