Tal vez la dominación, tan innata como despreciable en algunos humanos, instituyó la esclavitud en el mundo “civilizado”, por efecto colateral de las guerras, sacrificios religiosos, acumulación de riquezas, etc. Y desde entonces le ha resuelto la vida, generación tras generación, a mucha gente.
La relación de poder de la esclavitud se ejercía entre dos humanos, uno era propiedad del otro. El dueño se llamaba “amo”, y el poseído “esclavo”. El esclavo, aparte de la vida (que también era propiedad de su amo), solo tenía derecho a poseer lo que el amo le daba (sobras). Incluso, el derecho a reproducirse era regulado, y las criaturas que nacían de esclavos, en muchos casos, heredaban tal condición. El esclavo era un subhumano, suerte de mascota pensante que servía únicamente para trabajar.
La esclavitud ha sobrevivido hasta nuestros días enmascarada bajo la relación obrero-patronal desbalanceada a favor del patrono (el lado más fuerte). Se supone que el Gobierno debe evitar que los patrones vean a los empleados como esclavos, pero ¿qué hacemos cuando al país lo gobiernan patronos que mezclan el poder público con el privado? En estas dos últimas administraciones nos han gobernado empresarios. ¿Tiene eso sentido o, tal vez, los panameños redefinimos el síndrome de Estocolmo?
Si usted no tiene trabajo no come, y si no come se muere. Luego, ¿quién controla el hecho de que usted, como profesional, siga comiendo y viviendo? El empleador (“amo” en ciertas cabezas). Claro está, a diferencia del esclavo (que no tenía la potestad de cambiar de amo) el empleado puede renunciar y cambiar de empleador, sin embargo, ¿qué ocurre cuando la situación del país reduce, casi anula, la oferta de empleo? En tales condiciones, quiéralo o no, sin importar su preparación o experiencia profesional, su empleador se convertirá, a corto o mediano plazo, en su amo. Esto ocurrió hace mucho tiempo en ciertos países del trópico. En los que conseguir un empleo se tradujo a nuestro equivalente de ensillar un gallote.
Todos esos extranjeros que han llegado y siguen llegando a Panamá, “prodigios en atención al cliente, labia y servicio esmerado”, son producto de generaciones de empleados-esclavos. Muchos son excelentes personas, por cierto, que ven en Panamá el país que sus ancestros perdieron por no saberlo defender de la avaricia, maldad y la violencia. Paradójicamente, los herederos de aquella nefasta cultura, que satura nuestras plazas laborales, llevan en su ser el germen que potencia de forma desproporcionada al empleador sobre el empleado. Es decir, son portadores del embrión de la esclavitud moderna.
En la pasada administración y en la actual, al parecer, comenzó un proceso de desprestigio y suplantación de los profesionales y la mano de obra panameña a favor de la extranjera. Quizás muchos no lo sepan, y solo llegan en busca de una mejor calidad de vida.
Corresponde a los panameños, como ciudadanos, dejar de ser tan ingratos e indiferentes con lo que les afecta, frenar la inmigración descontrolada y exigir a las autoridades que generen más empleos, de calidad, y para los nacionales. Porque el principal deber de todo Gobierno es con sus ciudadanos.