Hace unos días el mundo supo que Pegasus, el software de la empresa israelí NSO Group, había sido profusamente utilizado por gobiernos autoritarios en diversos continentes para espiar a jefes de Estado, políticos, empresarios, periodistas, defensores de derechos humanos, activistas sociales.
La impactante revelación fue el producto de una investigación colaborativa, en la que participaron más de 80 periodistas de casi una veintena de medios de comunicación en 10 países, bajo la coordinación de Forbidden Stories -organización periodística sin fines de lucro- y con el apoyo técnico de Amnistía Internacional.
La investigación en torno a la filtración de 50 mil números de teléfonos en 50 países a partir de 2016, determinó que Pegasus fue utilizado a gran escala, en clara violación de los derechos humanos de los afectados y de las instituciones democráticas.
Lo cierto es que una noticia tan fuerte como ésta, no causó ni un pestañeo en Panamá. Para nosotros era periódico de ayer. Aquí, el sistemita empezó a utilizarse a partir de 2012, y unexpresidente -Ricardo Martinelli-, está en el banquillo de los acusados por ello.
Sin embargo, la noticia ha sido muy oportuna, ya que coincidió con el inicio del juicio que finalmente ha podido realizarse al señor Martinelli, después de innumerables recursos fallidos y certificados médicos de dudosa seriedad.
Contra viento, marea, andaderas y comparsas varias, el proceso dio inicio y va avanzando. Y tal como sucedió en el pasado, la estrategia de sus defensores -ante la imposibilidad de negar que las escuchas se realizaron y que Pegasus fue comprado por la Administración Martinelli- es alegar que el expresidente nada sabía de los tejemanejes que ocurrían en las oficinas del Consejo de Seguridad.
“¿Le consta que el señor Martinelli diera directamente la orden de pinchar los teléfonos?”, pregunta una y otra vez uno de los abogados a cada uno de los testigos, como quien se aferra a una tabla en altamar para no ahogarse.
La estrategia es ridícula por mil y una razón, pero empecemos por lo más categórico: el Consejo de Seguridad.
Tan temprano como marzo de 2010 -solo unos meses después de llegar al poder- el expresidente Martinelli logró cambiar la norma que regulaba el Consejo de Seguridad, para que solo él y su ministro de la Presidencia, en esos momentos Demetrio Papadimitriu, lo conformaran. El resto de los miembros del Consejo según la legislación original -los ministros de Relaciones Exteriores, Gobierno, Economía-, fueron eliminados. No se requiere mucho análisis para entender que el objetivo era que solo sus ojos y oídos, y los de Papadimitriu, fueran testigos de lo que se cocinaba por los lados del Cerro Ancón.
La reforma impulsada también eliminó la carrera que daba estabilidad a los funcionarios que había sido entrenados para sus delicadas tareas. De esta forma, el entonces presidente pudo barrer el personal técnico, sustituyéndolo por quienes llevarían a cabo la misión que tenía en su cabeza.
Además, allí están para la historia aquellos cables diplomáticos difundidos por wikileaks, en el que la entonces embajadora de Estados Unidos, Bárbara Stephenson, informaba a sus superiores que el recién electo presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, le había enviado un sorprendente mensaje en julio de 2009, pidiéndole ayuda para realizar intervenciones telefónicas.
En los citados cables diplomáticos, Stephenson dio la que podría considerarse la mejor descripción del expresidente panameño: “tiene una tendencia al acoso y al chantaje que si bien lo había llevado al estrellato en el mundo de los supermercados…. es poco propio de un estadista”.
Pegasus llegó a Panamá en 2012 como ha acreditado el Ministerio Público, y fue recibido por el entonces secretario del Consejo de Seguridad, Gustavo Pérez. Y aunque ya las escuchas habían comenzado con otros sistemas menos sofisticados (recordemos el audio de Francisco Sánchez Cárdenas y el intento de culpar al PRD de la violencia provocada por la aprobación de la “ley chorizo”), a partir de entonces el sistema de espionaje israelí permitió que los ojos y oídos del Consejo de Seguridad se metieron en los celulares, las casas, la intimidad de cientos de panameños.
Ahora, mientras el mundo reacciona indignado por los hallazgos del Proyecto Pegasus -la declaración “Suficiente es suficiente” de congresistas demócratas en la que solicitan al presidente John Biden poner en una lista negra a la empresa NSO Group; la reacción del presidente francés Emmanuel Macron, quien han exigido al primer ministro israelí, Naftali Bennet, una investigación rigurosa, o la petición de organizaciones sociales mejicanas al presidente Andrés Manuel López Obrador, para que intervenga la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así como Naciones Unidas-, en este rincón del mundo seguimos viendo cada día una puesta en escena penosa, de quien un día se creyó que podía volar sin límite alguno en las alas de Pegasus.
La autora es periodista, abogada y activista de derechos humanos