Hace pocos días, en París se llegó a un acuerdo mundial para enfrentar el cambio climático, instrumento cuyo cumplimiento impactará el futuro de la civilización humana, tal como la conocemos hasta ahora. Así de dramático es el asunto, aunque la mayoría de nosotros, por diversas tribulaciones personales y nacionales, casi no nos percatamos.
El cambio climático es resultado, sobre todo, del calentamiento global causado por el aumento de los gases de efecto invernadero (como el dióxido de carbono y el metano), que son liberados por la generación termoeléctrica por combustibles fósiles, por los vehículos de transporte que utilizan igual combustible y por la deforestación. Incluso, hasta las flatulencias de los millones de animales de ganadería son una significativa fuente de estos gases.
De acuerdo con análisis científicos, el control de estos gases en la atmósfera debe ser tan estricto para que posibilite que la temperatura media del planeta, durante este siglo, esté por debajo de 2 grados centígrados respecto a los niveles previos a la revolución industrial, para que los efectos no sean devastadores ni irreversibles para la humanidad.
A grandes rasgos, el acuerdo de París establece que cada país miembro debe adoptar medidas hasta reducir las emisiones de estos gases, y que se fomente su recaptura o almacenamiento, para lograr que la temperatura se mantenga por debajo del umbral de no retorno de los 2 grados centígrados.
Somos conscientes de las dificultades para llegar a un acuerdo en un tema tan complejo y abarcador, pero vemos que no se han logrado mayores avances, pues no se llega al núcleo del asunto: el sistema económico de producción y consumo de la mayoría de los países es insostenible, ambiental y socialmente, manteniendo la dependencia del petróleo como fuente de energía principal.
Nos referimos a un mundo en el que la maximización de la ganancia es la regla para la producción y en el que el consumismo desmedido es una expresión de éxito individual, patrones exaltados por los medios de comunicación y la publicidad. La sostenibilidad que implica tomar en cuenta a las futuras generaciones, no está incluida. Es muy difícil hablar de sostenibilidad, si en una sociedad la solidaridad y equidad están limitadas por una programada indiferencia ciudadana en que el sistema señala que los problemas se resuelven, si se logra el éxito individual. El punto es no solo hablar de aspectos técnicos, como gases de efecto invernadero, deforestación, cambio climático o energías renovables; se trata de ir al fondo y revisar la forma en que nos educamos, producimos, consumimos e incluso la forma en que nos informamos, entretenemos o convivimos. Es el modelo socioeconómico y político en el que nos desenvolvemos. La madre tierra es una sola, no importa el nivel social o económico de un país, una familia o una persona. No hay plan ni planeta B en este asunto, por lo que, o tomamos conciencia y lo arreglamos juntos, o unos pocos inconscientes nos condenarán a todos.