Toda comunidad de ciudadanos es variopinta. Cada uno trabaja en su propia actividad en distintas áreas de las profesiones o la economía, y cada hora de trabajo/dedicación es una contribución importante para el país.
Ahora bien, si además de la producción diaria de tu actividad usual dedicas una parte de tu pensamiento y acción al funcionamiento y futuro de tu país, te conviertes en ciudadano constructor a tiempo completo. Hay muchas formas de ejercer la ciudadanía. La más reconocida es la participación político/partidista, que tiene como objetivo conquistar –vía votos– el poder público. Así, la mitad de nuestra población participa en algún partido político reconocido por la ley electoral. Incluso ahora hay un partido de independientes. Algunos se inscriben por una convicción de querer participar en sus estructuras o, si ganan, para participar en el gobierno. Pero muchos otros (la mayoría) se inscriben por cumplir con un amigo o conocido que se lo pide y, por desgracia, otros para recibir algún pago en dólares o especie a cambio, en un acto de clientelismo que resquebraja la democracia.
Además, existe el ejercicio de la ciudadanía política a través de instituciones de la sociedad civil. ¿Qué es la sociedad civil? Según mi difunto amigo Raúl Leis, la sociedad civil la conforman todas las organizaciones privadas dedicadas a la agenda pública, pero que no aspiran al poder público. La fuerza de la sociedad civil no está en la cantidad de miembros que compongan su membresía, sino en la calidad de sus ideas y la fuerza de su acción ciudadana.
Dicho esto, examinemos ahora qué deben hacer y, sobre todo, qué deben decir los ciudadanos, ubicados donde sea que están.
Si estás participando políticamente por convicción, ya sea en un partido o en una entidad de la sociedad civil existente o incluso una creada hoy por ti, eres constructor. Tu pensamiento y tu acción es siempre constructiva. Para construir es vitalmente importante ser optimista.
Si consideras una gracia decir cosas como “apaga la luz y vámonos”, “quien quiera conocer Panamá que se apure porque se acaba”, “éste país no tiene remedio” o “yo no escucho radio, ni veo televisión, ni leo periódicos, simplemente no quiero saber”, te has convertido en simple mirón negativo dedicado en cada frase a vender tu negativismo destructivo, que afecta la recomposición económica (que en mucho depende de la psicología generalizada de la gente).
Y que no me vengan con aquello de que ”no soy pesimista, sino realista”. Yo procuro ser constructor en pensamiento y en acción. Soy optimista, pero nunca he dejado de ser realista; para construir hay que primero soñar; para soñar hay que ser optimista, y para ejecutar los sueños hay que ser realista... Y trabajador persistente.
Me da mucha rabia de patria cuando oigo a los que se creen graciosos repitiendo clichés negativistas; no solo no ayudan, sino que destruyen.
A la patria le debemos lealtad, crítica constructiva, amor, trabajo y positivismo siempre. A la patria, que es una sola, ¡nunca se le tira la toalla!
Todos recordamos aquella foto ensangrentada de mi amigo de infancia Billy Ford, que dio la vuelta al mundo e inició el fin de la dictadura.
Y menos podemos olvidar su grito de lucha optimista: “esta vaina se acabó y de que se acabó, ¡se acabó!”
El autor es fundador del diario La Prensa
