Transcurridos veintidós años de régimen chavista contemplamos con escepticismo el anuncio del fiscal Karin Khan anticipando que la Corte Penal Internacional avanzará, de acuerdo a lo establecido en el Estatuto de Roma, hacia una segunda fase de investigación a partir del examen preliminar sobre crímenes de lesa humanidad del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.
Palabras mayores reservadas para genocidas previamente acusados y que en algunos casos lograron esquivar el juicio. Otros no llegaron a ser trasladados a La Haya y terminaron asesinados por sus súbditos tras incruentas revoluciones. Mientras que, los pocos, viéronse juzgados y condenados a severas penas de cárcel.
América, continente que vivió las terribles dictaduras de Duvalier, Trujillo, Videla, Somoza, Stroessner, Pinochet y los hermanos Castro, jamás vio a uno solo de estos asesinos en el banquillo de los acusados por aquellas complicidades de la guerra fría o, como en el caso de la actual dictadura venezolana, por la compra de conciencias financiando a sus cómplices regionales.
Es de allí que nace el escepticismo ya que pocas han sido las veces en que la justicia internacional ha actuado en contra de estos desalmados que se atornillan al poder violando todos y cada uno de los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sin embargo, démosle el beneficio de la duda al fiscal Khan y reconozcamos la labor de aquel ciudadano venezolano común que denunció, reunió pruebas, resistió, salió a la calle con valentía no una, sino, infinitas veces enfrentando a la dictadura a un costo elevado de miles, así literalmente, miles de muertos, miles de torturados, miles que vivirán el resto de sus vidas arrastrando heridas y traumas. Bravura también traducida en más de cinco millones que optaron por el dolor del exilio sufriendo lo indescriptible, lo nunca antes vivido por venezolano alguno.
“Gloria al bravo pueblo”, es la frase que encabeza esta columna y es también la primera oración del himno nacional venezolano. Describe la actitud de un pueblo valiente, noble y hospitalario, un verdadero crisol de razas y culturas que convirtió a la patria de Bolívar en la más próspera nación de América Latina, tierra no exenta de desigualdades que derivaron en la elección a la presidencia de Hugo Chávez, un teniente coronel golpista, carente de escrúpulo alguno y de nula educación democrática, un mal hijo que una vez atornillado al poder no dudó expropiar, sinónimo de robar, los bienes productivos del sector privado y en abrir de par en par las puertas de su propia patria al invasor comunista cubano, a los narcoterroristas de las FARC y del ELN, a los fundamentalistas de Irán y Hezbollah junto a todo neo conquistador que succionó las riquezas de Venezuela y que utiliza aun hoy su territorio nacional como cabecera de playa para imponernos sus siniestras ideologías que solo han generado a lo largo de la historia muerte, destrucción y sufrimientos a generaciones enteras mientras sus pregoneros se enriquecen a costa del hambre de los pueblos que engañan y oprimen.
Años atrás pocos pensaban que Venezuela fuere a ser la primogénita de América en llevar criminales ante la Corte de La Haya, una sociedad que jamás claudicó mientras era lanzada a un abismo nunca antes sufrido. Le tocará al autócrata Nicolás Maduro enfrentar una investigación y un muy probable juicio que determinará el ocaso de su dictadura y de la pesadilla chavista impuesta con la complicidad de quienes algún día también rendirán cuentas ante la justicia.
Hoy, VENEZUELA, escrita así, con mayúsculas, da de nuevo lecciones de libertad que deben ser aprendidas por sus vecinos, tal y como cuando hace 200 años atrás, luego de liberarse del yugo español, envió a sus ejércitos a liberar 5 naciones hermanas escribiendo páginas de gloria en los campos de Carabobo, Boyacá, Pichincha, Junín y Ayacucho.
Por eso y por lo que ojalá esté pronto a escribirse, GLORIA AL BRAVO PUEBLO.
El autor es licenciado en Educación e Historia, Universidad Hebrea de Jerusalén
