Siento pena ajena viendo al presidente de la República agradecerle a empresas privadas que las escuelas estén “listas” al inicio del año lectivo… Esas cosas no deberían ocurrir, el poder privado jamás debe mezclarse con el público.
¿Ahora el presidente nos dice que “es buena la participación de la empresa privada”?... cuando en la administración pasada, mezclar tanto lo público con lo privado terminó en maleantería de toda índole.
¿Entonces, cuál es el doble discurso?
Esos son los pequeños detalles que deslucen y le quitan fuerza a la imagen de esta administración. Después de un presidente que ponía enormes letreros por todas partes, con su nombre, antes, durante y después de las obras, hemos caído en uno que le agradece a la empresa privada por cogobernar.
Y digo cogobernar, porque mantener en buen estado las escuelas públicas, es el más pequeño homenaje de un gobierno hacia el pueblo que lo eligió. Que dicho sea de paso, es su trabajo, no el de la empresa privada. Por esas cosas, el presidente no se borra la imagen de insuficiencia que le asfixia políticamente.
El gobierno no debe, no tiene que ponerse al igual o por debajo de las megacorporaciones privadas. Eso es peligroso y, en esencia, totalmente antidemocrático, fuera de los discursos pusilánimes de que “el Estado somos todos”. Porque el pueblo elige al gobierno como su representante auténtico, no para que represente o se hermane a sus jefes en la empresa privada. El gobierno debe ser un ente público, autosuficiente e imparcial, sin amarres ni favoritismos por la empresa privada. Léase, velar por todos los ciudadanos como individuos, no como agrupaciones (con fines de lucro, dicho sea de paso).
¿Si el gobierno depende de la empresa privada para cumplir con sus responsabilidades, qué hará cuando a la empresa privada le empiece a pesar la máscara de buenos samaritanos, y decidan pasarnos la factura?...
No nos engañemos, el fin primario de toda empresa no es ayudar al prójimo, sino ayudarse (económicamente) a sí misma. De lo contrario, muchas de ellas no existirían, ni pagarían tan mal a sus propios colaboradores.
Todo este asunto de “conciencia social-empresarial”, es algo en esencia muy bueno y noble, pero que a nuestra cultura, de pésima distribución de riquezas, le queda hipócritamente grande. Pero si las megacorporaciones quieren hacerlo, por mera imitación norteña, no deberían involucrarse con el gobierno.
Este ejercicio de cogobernar junto a la empresa privada por insuficiencia gubernamental, exhibe el lado más mediocre de las democracias modernas. En las que se inventan cargos de buró tipo “defensor del pueblo”, “zar anticorrupción”, “autoridad de servicios públicos” para que el mismo gobierno (o sus aliados en el sector privado) no abusen, por acción u omisión, de sus propios ciudadanos. Es aquí que hablo de la esquizofrenia social, ¿Un gobierno que inventa roles, para que sus ciudadanos se defiendan de él mismo y sus amigos?
En auténticas democracias estos puestos no tendrían razón de ser. Sin embargo, son los paliativos que cubren los síntomas de la anemia en administraciones débiles, proclives al fracaso y la corrupción. Cuya presencia queda en un limbo gris, tras la indiferencia de sociedades no participativas y desunidas.