Junto a la colectividad mundial y con mis conciudadanos, sigo el curso del mortal virus que escapó de la lejana provincia china de Wuhan, invisible en la piel y las mucosas de viajantes incautos, que lo llevaron a sus países.
Por la movilidad global, que es menú de nuestra época, y la característica contagiosa y multiplicadora del indeseado, para marzo del año en curso, la Covid-19 había entrado en Panamá.
Estuve gratamente impresionada durante el primer mes, por la Fuerza de Tarea a cargo del manejo de la Covid-19. Con pequeñas lagunas, parecían saber muy bien lo que hacían, y las rotundas recomendaciones se ajustaban a las experiencias ya vividas en otros países donde el mal llegó antes.
Cada día, esperaba la Conferencia del Consejo Técnico para escuchar sus informes y enterarme de las cifras: defunciones, nuevos contagios, aislados en hospitales, en hoteles o haciendo cuarentena en sus hogares, resultados que fueron alentadores al principio.
Celebré mucho que se anticiparan preparando más camas, nuevos espacios para servir como hospitales, consiguiendo más respiradores, comprando, para médicos y enfermeras, aditamentos que aumentaran la protección del posible contagio dada su cercanía día tras día con los infectados. Y sigo aplaudiendo al gobierno nacional que supo darle el respaldo.
Pero no entiendo por qué, tras haber llegado a un punto en que la cúspide de casos comenzó a descender, el virus volvió a repuntar y con creces, pues ahora cada día anuncian un número mayor de nuevos afectados, y siguen los decesos.
Dado que soy adicta desde hace mucho a los noticieros de todo el mundo, he sacado mis propias conclusiones con una perspectiva amplia de los tres factores que inciden en la pandemia: con qué virulencia se riega el virus, cómo lo manejan las autoridades y el comportamiento de las poblaciones.
Hay un hecho requete probado: el aislamiento priva al virus de anfitriones.
Escuché a un gobernador de Estados Unidos decir lo que los grupos involucrados tenemos, repito, tenemos que grabarnos en la mente: “We don’t drive the virus, we ride it”. No estamos al mando del virus; vamos a cuestas.
La autora es escritora