No conocí a Arysteides Turpana. Cuando leí “Mi hogar queda entre la infancia y el sueño”, pensé en Kavafis y la petición suya de que el camino sea largo. La imagen que pinta Arysteides cuando dice “Podrá haber mil ojos saturando/la casa/Junto al fogón de leñas verdes/cuando mi sensual corazón/pagano/deje de latir para siempre/Pero apenas dos lágrimas/familiares/correrán sobre la tumba que/espero”, siempre me ha conmovido. Y ahora, en estas circunstancias, todavía más.
Me consta que en su caso no serán “apenas dos lágrimas”. Los que le lloramos en la distancia y en el silencio de sus poemas somos muchos, muchísimos, y lo que me duele más es que, como dice Kavafis, su camino no hubiese sido más largo, que llegara hasta cruzarse por fin con el mío.
Le envidio sus días en París, su mirada sobre el cine y todos los amaneceres que vio, seguro, desde las playas de su Dule Nega, que tantas historias alberga y que quise, en un futuro que ya no será, oír de su voz, desde su mirada. Le envidio para siempre su poema “Cuando tú te vayas”, sobre todo el verso que dice “Yo quedé tan feliz de estar contigo/No sé ni cómo colocarme el alma/Todo en mí se desequilibra”.
Arysteides Turpana, nos lega una mirada profunda de su cultura materna y nos arrastra a punta de ideas hasta las playas de un “re conocimiento” de su pueblo, que es el nuestro, y de su gente, que es la nuestra. Porque su compromiso con su pueblo es también con nosotros: que este mutuo “re conocimiento” cultural nos haga más libres para estar más cerca.
Se fue un hombre bueno, dicen sus amigos. Se fue un excelente pensador y poeta, dice el resto. Yo digo que nos ha dejado, demasiado pronto, una de las mentes mejor dotadas del panorama nacional, que merecía mucha más difusión y reflexión. Ahora toca secarnos las lágrimas y volver a leerlo para no olvidarlo nunca.
El autor es escritor
