Decir que “nada producíamos hace 70 años” es una muestra de la más absoluta ignorancia. Y aceptar ser considerado como “el país más atrasado del continente” en materia agropecuaria, lleva a un complejo de inferioridad.
Ahora, llamar “el país” a las solas áreas capitalinas- que habitadas por las “cenicientas” se surtían de viandas y de todos los servicios públicos de la Zona del Canal- es un atrevimiento.
En la patria profunda, en el interior del país, sus habitantes han trabajado desde sus inicios para cubrir sus necesidades con dignidad. En la década de los años de 1940, en esta provincia chiricana, con un censo de 111 mil 200 habitantes, anualmente se plantaban 35 mil hectáreas que producían más de 750 mil quintales de los tres granos básicos.
Nuestras tierras altas aportaban más de 600 mil libras de hortalizas variadas. En las montañas de Boquete, se cosechaban alrededor de 18 mil quintales de café. Y desde 1920, ese grano trabajado era exportado a lejanos destinos.
En las zonas bajas pastoreaban más de 70 mil vacunos y se criaban más de 15 mil cerdos que proporcionaban carne y leche a esta población. Y en 13 mil pequeñas granjas “hacían pío” más de 250 mil aves. En una modesta factoría, un artesano, de nombre Rodolfo Angulo Montoya, confeccionaba unas botas vaqueras, a la medida, que lucían con orgullo hasta los presidentes de este país.
En David operaban tres plantas procesadoras de leche pasteurizada y dos modernos molinos de arroz, mientras en otros distritos modestas “piladoras” procesaban las cosechas de sus áreas circunvecinas. Había “mataderos” en David, Boquete, Concepción y Dolega. Y generadoras hidroeléctricas, orgullosamente propias, brindaban la energía necesaria para el funcionamiento de estas industrias. No nos dedicábamos al contrabando.
Los últimos gobiernos democráticos dejaron estructurado el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) para atender, específicamente, al sector. La labor de sus profesionales, como especialistas en sus ramos, consistía en enseñar en el campo mejores técnicas de producción; un sistema de extensión agrícola que robustecía el núcleo familiar. Clubes de agricultores, amas de casa y juventudes rurales 4S.
En parcelas demostrativas, se enseñaba a los adultos las técnicas que luego debían aplicar en sus fincas particulares. Se enseñaba a las amas de casa un mejor manejo de los hogares. Y a los jóvenes se les inculcaba el amor por la tierra, que evitara su migración. Era formar una familia productiva, arraigada a su tierra e independiente de los vaivenes políticos. Así era nuestro campo.
La llegada de Torrijos y sus genios militares dio al traste con esta labor. Comenzaron por cercenar el servicio de extensión agrícola. Adoptaron el colectivismo al mejor estilo cubano para un efectivo manejo de las masas. Erosionaron la independencia del hombre del campo.
Promovieron la invasión de tierras ajenas. Crearon los asentamientos campesinos, llevando al hombre a ser un asalariado en un sistema dependiente de los caprichos gubernamentales. Y sus líderes: A robar. Vendían desde las partes de repuesto e insumos agrícolas, hasta el combustible y las cosechas. Camiones cargados de arroz eran pesados y marcados “recibido” en el centro de entrega de Bágala, para continuar viaje llenos a vender su carga en molinos privados. Los conductores eran registrados como “productores”.
Las fracasadas corporaciones bananeras. Amigotes del Gobierno crearon una empresa, CAPRACHECA, que las proveían de todos sus insumos a precios leoninos. Los adquirían “fiao” en COAGRO (otro clavo), los cobraban al día y no pagaban ni un real por ellos. Por amor a los rojos, apadrinaron las confrontaciones con la Chiriquí Land Co. hasta que se fue. 4.7 millones de racimos de banano que se exportaban en 1940, hoy son un gran cero.
Los ingenios azucareros, en honor a Fidel. Una libra del dulce costaba producirla el doble de su precio en el mercado abierto. Como beneficio social, una peonada devengaba un salario paupérrimo en condiciones infrahumanas 45 días al año. Militares corruptos cobraban el alquiler de una maquinaria inexistente, por tantas horas al día como pudiera marcar el reloj. Obligaron al comercio a comprar dos unidades de azúcar morena por cada 10 unidades refinadas que adquirieran en los ingenios privados. Y la trampa, solo las vendía, al contado, una empresa de los amigotes de la dictadura, TRANSKAÑA, que las adquiría del ingenio de Alanje sin pagar un medio por ellas.
No se detenían. Para la actividad cafetalera, inventaron la famosa “estampilla de exportación”. ¿Y quiénes las manejaban? Consentidos del PRD que no habían visto el café ni en una taza. Pero los productores tenían que comprárselas a “un precio” para poder exportar sus cosechas.
Era algo de nunca acabar. ¿Acusarlos? Pero si eran ellos mismos. Y para reasegurar la impunidad de todos, Torrijos se había agenciado un Procurador General que se había ganado su apodo a pulso, robando urnas en el área indígena de Chichica. En efecto, Torrijos dio “un cambio de 180 grados” al sector agropecuario, y de paso a la justicia.