La maternidad llega a nuestras vidas de diferentes formas, por diferentes motivos y, definitivamente, que por diferentes circunstancias. Lo que sí llega de la misma forma son los miedos, las expectativas, los planes y la ansiedad de ese ser que crece en nuestro vientre, que le da otra forma a nuestro cuerpo, y se lo agradecemos, porque es la forma redonda más hermosa de nuestras vidas.
Definitivamente que ese rol de madre con el que nos honra Dios a través de la naturaleza femenina es el que nos vuelve únicas, y por el que nos esforzamos día a día para sentir el orgullo de cosechar el día de mañana en nuestros hijos los resultados de esa estructura de amor sembrada hoy en ellos.
Esto va más allá de una preocupación diaria; es una exigencia de vida tratando de adivinar el futuro.
A nosotras, las madres que tenemos niños con discapacidad, de futuros inciertos, sociedad en proceso de educación, instituciones a velocidad media, leyes a medio debate, entre otros, nos hace analizar cada minuto y autoevaluarnos, aplicando los más duros y exigentes estándares, lo que nos lleva en muchas ocasiones a dudar de nuestro rol y del éxito en nuestros hijos.
Nosotras somos juzgadas más que un político corrupto, un pandillero o un ladrón; somos juzgadas por nuestras familias, por la comunidad, por la sociedad, por los profesionales que atienden a nuestros niños, sin sopesar las horas de insomnio, lectura obligada, grupos de apoyo, pensamientos y sacrificios de la persona que tienen frente a ellos y que cada mañana se levanta para dar lo mejor de ella, y se acuesta tratando de convencerse de haberlo hecho.
Vivimos de duda y de mucho cuestionamiento; y en momentos en los que nos sentimos tan imperfectas ante tan indescifrable situación, dudamos de nuestra perfección. Sí, somos perfectas. Somos la opción perfecta de Dios, que vio en cada una de nosotras a una guerrera con potencial de lucha y de que somos capaces de mover cielo y tierra por nuestros hijos. Somos imperfectamente perfectas y tenemos que creérnoslo.
Somos imperfectamente perfectas, cuando somos capaces de leer información ajena a nuestra preparación profesional para lidiar con nuestro día a día.
Somos imperfectamente perfectas, cuando nos organizamos entre nosotras aún sin conocernos personalmente, para intercambiar lo que nos ha funcionado con nuestros hijos.
Somos imperfectamente perfectas, cuando cada uno de los niños con discapacidad se vuelve nuestro, se vuelve nuestra familia.
Somos imperfectamente perfectas, cuando reorganizamos toda nuestra vida, planes y estilos sacrificando nuestros propios intereses.
Somos imperfectamente perfectas, cuando al acostarnos y levantarnos agotadas todavía tenemos esa energía que comienza con la sonrisa de nuestros niños para salir adelante.
Somos imperfectamente perfectas, cuando nos involucramos en la normativa y en el sistema para proteger la población con discapacidad.
Somos imperfectamente perfectas, cuando somos capaces de educar a nuestras familias y aportar a la comunidad para el entendimiento de la discapacidad.
Somos imperfectamente perfectas, cuando en las pocas horas libres nos capacitamos en temas ligados a nuestros hijos.
Somos imperfectamente perfectas, cuando brindamos a nuestros hijos protección y seguridad.
Somos imperfectamente perfectas, cuando luchamos por la inclusión verdadera y la integración con dignidad de nuestros niños en sociedad.
Somos imperfectamente perfectas, cuando nos dormimos llorando y despertamos con la mejor de las sonrisas para comenzar un nuevo día.
Somos imperfectamente perfectas, cuando quedamos como mujeres, profesionales, esposas, hijas y amigas en el último lugar de nuestras prioridades de vida.
Somos imperfectamente perfectas, cuando las canas, dejadez y poca atención a nosotras mismas se convierten en nuestras cicatrices de batallas y que se ven honradas a través de los avances de nuestros niños.
Somos imperfectamente perfectas, cuando entendemos nuestro rol ante los ojos de Dios y aún en la adversidad nos sentimos orgullosas y honradas de esta misión de vida.
Nunca dudes de tu capacidad, de haber dado lo mejor de tí, que tus sacrificios son valiosos, que tus prioridades están claras y debes estar segura de que Dios te dará las mejores herramientas y colocará en tu camino las mejores alternativas para sacar adelante tu angelito.
No lo olvides: somos imperfectas como todos, pero somos perfectas ante Dios por haber sido escogidas por Él para este rol; difícil, pero no imposible. Somos imperfectamente perfectas, no lo olvides. Felíz Día de las Madres.
La autora es ingeniera industrial; madre de un niño con Trastorno del Espectro Autista (TEA)